El Castillo de las Princesas


Dedicatoria

 

A Misel y Ginny, mis princesas

No. Mejor cambio la dedicatoria

 

A Misel y Ginny que no son mías, son de Dios

Deseo que sean algo mejor que ser princesas

Y, ¿Qué puede ser mejor que ser una princesa?

Ser una sierva fiel del Señor



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Índice

El Castillo de las Princesas

 

INTRODUCCIÓN

VAMOS A PONERNOS DE ACUERDO

CAPÍTULO 1. 
LO QUE ES UN HIJO

CAPÍTULO 2. 
LO QUE NO ES UN HIJO

CAPÍTULO 3.
TRES PRINCIPIOS BÁSICOS DE PATERNIDAD 

CAPITULO 4.
LA LABOR DUAL DE LA PATERNIDAD 

CAPÍTULO 5.
AMOR, ESTÍMULO Y DISCIPLINA 

CAPÍTULO 6.
LAS TRES ETAPAS DE LA INFANCIA 

CAPITULO 7.
ADOLESCENCIA Y JUVENTUD 

CAPITULO 8.
MADUREZ Y EMANCIPACIÓN 

HAGAMOS UN COMPROMISO 







Introducción

Vamos a ponernos de acuerdo

Bienvenidos a “El Castillo de las Princesas” un libro en el que deseo unirme con los lectores para que juntos disfrutemos el descubrir lo que es la paternidad según Dios y nos sorprendamos con las bendiciones que este hermoso proceso trae a la vida de los padres que lo desarrollan correctamente.

Para darnos una idea acerca de las bendiciones que nos ofrece seguir el modelo de Dios para la paternidad, vamos a las conocidas palabras del Salmo 127 que nos dicen que los hijos son como “saetas en manos de un valiente” (Biblia Reina Valera Revisión de 1960) y, una flecha en las manos del guerrero adecuado trae victoria. Además, el pasaje afirma también que, los hijos formados de acuerdo a este modelo les dan a sus padres, orgullo, confianza y tranquilidad, o sea, no les dan motivos para sentir vergüenza.

¿Cómo reaccionas cuando alguien te pregunta por tus hijos?

¿Discretamente cambias la conversación porque sabes que están viviendo en pecado? O tal vez, dices algo, pero a medias, dices que se congregan cuando sabes que lo hacen muy de vez en cuando o, dices: “ahí van, en sus cosas” cuando no sabes ni a donde van ni en qué cosas andan.

Si en el recuento de la vida de tus hijos tienes que reconocer que las cosas negativas son más que las positivas, por favor, como padres, vamos a dejar de culpar al entorno, a culpar al malvado mundo que ha “corrompido” a nuestros inocentes niños lo que coronamos con expresiones como: “es que desde que entró a esa escuela” o “desde que se juntó con esas personas”. Vamos a dejar de culpar a la falta de espiritualidad de las iglesias cristianas, a dejar de decir que el problema es que los jóvenes de la iglesia rechazan a tus “espirituales y santos hijos”, que las minorías los están presionando demasiado o a buscar culpables en los genes al afirmar: “Es que mi hijo nació con el carácter de su abuelo”.

Vamos a dejar de culpar y vamos a asumir nuestra responsabilidad como padres. La culpa es totalmente nuestra. Cuando cargamos a nuestros hijos recién nacidos recibimos un cuaderno en blanco donde nosotros los padres y nadie más escribimos la primera y más importante información para sus vidas así que, nadie se equivocó o intencionalmente escribió información “corrupta” en las nuevas hojas del libro de la vida de nuestros hijos. Fuimos solo nosotros.

Si algo ha fallado en mi paternidad, ¿Dónde estuvo la falla? No importa que problema tengan tus hijos. Pueden tener conflictos con su identidad sexual, problemas de drogas, de promiscuidad sexual, de apatía espiritual, o ser unos holgazanes que no quieren hacer nada en la vida, no importa. Siempre la causa será la misma. Como padres, no hemos aplicado el modelo de Dios para la paternidad.

Ese es el propósito fundamental de “El Castillo de las Princesas”, que conozcamos el modelo de Dios para la paternidad.

Espero y ahora me entiendas lo que quise decir al afirmar que, al ingresar a este libro iniciaríamos un proceso de profundo disfrute y asombro.

Pero, antes de iniciar este proceso, quiero usar la introducción de este libro para dejar bien claro cuáles son los propósitos según Dios para la paternidad, o sea, el “para qué” eres padre y, para llegar a ellos, iniciaremos pensando un poco en el título que le di a este libro.

Es común en el mundo de los estereotipos culturales que, los padres les digan a sus hijas que son “sus princesas” por lo que, se entendería que, el padre está comparándose con un rey, la madre con una reina y la familia por supuesto, es como una corte real, o sea, que la familia está a un nivel más alto que el resto de las demás familias porque eso de sentirse especiales es algo a lo que pocos seres humanos se pueden resistir. Pues bien, de acuerdo a ese estereotipo yo como padre, te quiero decir que, Dios nos ha dado a mi esposa y a mí, la bendición de recibir dos “princesas” pero, ¿realmente lo son?

Asumamos que en verdad son unas princesas, las mías y las tuyas y tus hijos varones son príncipes, herederos a nuestros tronos. Perfecto, entonces si son príncipes, nuestro propósito como padres sería prepararlos para cuando lleguen a ser reyes.

Bien. Entonces, enseñémosles a dar órdenes, a considerarse superiores a los demás, a mostrar una humildad solo aparente para ganarse la simpatía de sus gobernados para, poder abusar de ellos, a vivir del trabajo de los demás, a que el sudor de la gente mantenga sus caprichos porque algún día se sentarán en un trono ¿o no?

Pero, estemos conscientes que, puede pasar (y será lo más seguro) que no encuentren a otros príncipes para casarse y en su lugar, encuentren en el caso de las “princesas” hombres cristianos machistas que las manipulen y las menosprecien o, se topen los “príncipes” con mujeres que los controlen y hasta les impiden tener una buena relación con Dios entonces, tu proceso para formar príncipes no habrá servido de nada. Será un fracaso sino es que ya lo es. Así que, en lugar de enseñar a tus princesas o príncipes a construir castillos, les enseñaste a habitar uno y en el proceso, nunca aprendieron el verdadero valor de la vida cristiana que no es ser servido, sino servir (Mateo 20.28).

Así que, detente y juntos entendamos algo. La idea de que los hijos son “princesas y príncipes” no es bíblica, no es correcta. En el cielo no hay una corte real con condes y condesas. En la gloria eterna solo hay un Dios y este no comparte su gloria con nadie (Isaías 42.8). A los apóstoles y al rey David se les promete un sitio de honor desde donde ellos honrarán al Cordero, pero no recibirán la adoración de nadie así que, adiós a la idea de las princesas, de los castillos o de los zapatos lujosos. Con Dios no funciona el pensar que tus hijos son más inteligentes, hermosos, altos o más conquistadores que el resto así que, admito que el título de este libro es inservible, no hay princesas ni hay castillo, pero, al menos logré que el título del libro llamara tu atención.

Entonces, ¿no podemos decirles “princesas” a nuestras hijas? ¿o príncipes a nuestros hijos? No. En ningún momento dije eso.

En la intimidad familiar no hay problema en que se usen las expresiones de cariño hacia los hijos diciéndoles “mi princesa” o “mi tesoro”; lo que debemos entender los padres es que son solo eso, expresiones de cariño que no deben influir en nuestra labor de paternidad. No criemos a nuestros hijos como si fueran el motivo más importante de nuestra existencia porque no lo son, no deben serlo. El único motor de tu vida debe ser Dios. No le quites ese lugar. Recuerda que Él es celoso (Éxodo 20.5) y créeme que no te gustará vivir las cosas que suele hacer cuando reclama el trono de nuestro corazón que le hemos quitado para poner ahí a nuestros hijos.

Y, entonces, si no tenemos que formar princesas ¿Qué debemos hacer? Si nuestros hijos no son príncipes entonces, ¿Qué son?

La Biblia enseña que todos somos creación de Dios (Job 31.15). No somos un accidente biológico. Estamos aquí con un propósito y, aunque cada quién puede tener su particular llamado de Dios (Romanos 11.29) todos sin excepción al responder a este, debemos cumplir con el principal motivo por el que estamos en la tierra y que es glorificar a nuestro Hacedor (Isaías 43.7). Estamos aquí para que, por medio de nuestra vida, la gente conozca a Dios. Cada acción, cada palabra, cada decisión, cada cosa que otros vean o escuchen de nosotros los debe dirigir a Dios. Somos los embajadores del reino del cielo en la tierra (2 Corintios 5.20,) somos los siervos que hacen la obra material de Dios en este planeta (Lucas 17.10) y, en esta última idea está la clave para entender que son y deben ser nuestros hijos y eso es: “siervos”.

Todos sin excepción, nacimos para ser siervos de Dios así que, si Dios te da la herencia de tener hijos, es para que conviertas tu hogar en una fábrica de siervos fieles que ayuden a que el reino de Dios crezca en la tierra. Cualquier otra meta, será importante, pero, por muy bueno que parezca que nuestros hijos sean gerentes de la mejor empresa o hablar diez idiomas o estudiar un posgrado, espiritualmente, eso es secundario.

Y aunque creo que es obvio que los párrafos anteriores muestran con claridad cual es el primer propósito de la paternidad cristiana, lo remarco escribiéndolo en una frase:


Como cristianos, el primer propósito de ser padres es formar siervos de Dios 

Pero este no es el único propósito. El segundo tiene que ver con el hecho de la relación que tenemos como padres con nuestros hijos.

Por un tiempo, ellos dependen directamente de nosotros hasta que, formando sus propios hogares, pasan a depender indirectamente de nosotros. La paternidad se termina cuando un hijo o un padre pasan a la presencia de Dios para disfrutar de la paternidad perfecta del Creador pero, mientras eso sucede, estamos vinculados en lo que llamamos “familia” y muchas veces, esa vinculación es incorrecta (de eso hablaremos en el capítulo 4) lo que hace que el proceso de independencia y madurez de carácter de los hijos no se dé de la manera correcta y el padre, incluso puede llegar a morir sin haber dejado las instrucciones adecuadas a sus hijos de cómo vivir tras su partida con lo que la vida de estos se vuelve un desastre mayor que aquel que ya están viviendo. No eres eterno como padre, espero lo tomes en cuenta. Hay un tiempo para nacer, pero también, un tiempo para morir (Eclesiastés 3.2) así que, de esto sale el segundo propósito de la paternidad cristiana.

 

Como cristianos, el segundo propósito de ser padres es preparar a nuestros hijos para que puedan enfrentar al mundo cuando sus padres ya no estemos con ellos

Pero, ¿Cómo enfrentas a un mundo que no tiene temor de Dios? ¿Cómo pueden enfrentar nuestros hijos a un sistema que permanentemente ataca las más profundas creencias bíblicas?

La forma de enfrentarlo es con cosas que no cambien con el tiempo, que no necesiten ajustes, cosas que enriquecen a las personas. Estas “cosas” son los valores morales y entre ellos están la honestidad, el respeto, la tolerancia, la empatía, la solidaridad y cosas semejantes a estas; de estos valores, todas las personas hablan, pero pocos los practican. En el mundo cristiano, el tema de los valores morales se enfoca de una manera diferente.

Para los cristianos, si escribiéramos todas las cosas que Cristo hacía obtendríamos la mejor lista posible de valores morales (Mateo 5.48). Espero que noten algo, escribí claramente: “cosas que Cristo hacía” no que pensaba, no que hablaba, cosas que hacía y este detalle es importante porque los valores morales son cosas que se hacen primero y se enseñan después. Como padre, está prohibido que lo hagas a la inversa. Esto, nos ofrece nuestro tercer propósito para la paternidad.


Como cristianos, el tercer propósito de ser padres es transmitir valores bíblicos a nuestros hijos, o sea, motivarlos a que vivan como Cristo vivió y para lograrlo, nosotros como padres tenemos que estar viviendo de esa manera

Ahí lo tenemos, estos son los tres motivos para ser padre según el modelo de Dios para la paternidad. Si los estás siguiendo, tus hijos serán una herencia del cielo que traerán a tu vida un sinnúmero de bendiciones. Si no los estás siguiendo, tus hijos serán una carga que solo te producirá amargura en tu corazón.

La paternidad no parece tarea fácil y no lo es. Es más, debe ser algo que te requiera sacrificio. No pierdas eso de vista. Lo que intentes hacer para ser mejor padre no va a ser fácil. Será tan duro que querrás renunciar para simplemente dejar que las cosas vayan según la corriente del mundo, pero, no pierdas de vista que, al morir Cristo en la cruz, mostró que las cosas grandiosas requieren sangre, sudor y lágrimas y eso, requiere vivir la verdadera paternidad cristiana. Estamos advertidos.

Ahora, si quieres ignorar tu responsabilidad como padre tienes una opción: la apatía, el dejar las cosas de lado, hacer todo de mala gana que es lo que se conoce como indolencia. La apatía o indolencia es un cáncer espiritual tan terrible que está destruyendo la sociedad. Piensa en estos ejemplos: los maridos, en lugar de iniciar el doloroso proceso de reconocer sus fallas y ser los hombres que sus mujeres necesitan mejor, se buscan una amante. Los cristianos que toleran hábitos pecaminosos en lugar de luchar contra ellos mismos para someter su ego a Dios, mejor prefieren la hipocresía, la indolente conducta donde se muestran “puros” en el entorno cristiano e “impíos” fuera del templo. No apuestes por la apatía, no seas un padre indolente porque, si apuestas por esto, Dios te dice que eres un “maldito” que solo recibirá disciplina tras disciplina de parte de Él (Jeremías 48.10). No te arriesgues a eso.

Y como es claro que no es una tarea fácil aplicar el modelo de Dios para la paternidad, quisiera ayudarte con algunos materiales que te pueden ir señalando el camino de las correctas acciones para con tus hijos así que, para el primer propósito de la paternidad cristiana que es, recuerda, el formar siervos de Dios, para eso escribí este libro que estas leyendo, “El Castillo de las Princesas”. Para el segundo propósito que es, preparar a nuestros hijos para cuando ya no estemos con ellos te puede servir mi libro: “Las Piedras del Altar. Los 12 Fundamentos de los Buenos Hogares” y para el tercer propósito que es transmitir valores espirituales a nuestros hijos te recomiendo mi libro; “Iglesias de la Biblia Iglesias Bíblicas” que es un análisis de los valores que la iglesia del primer siglo tenía y que deben ser los valores que tú transmitas a tus hijos.

Ahora, también es posible que, no logremos aplicar el modelo de Dios para la paternidad porque como esposos, estemos en crisis y si nuestros matrimonios están hechos pedazos, la vida de nuestros hijos, está también despedazada. Si este es tu caso, te recomiendo mi libro: “El Reino de los Supuestos. El Matrimonio cristiano, sus crisis y el extraordinario poder restaurador de Dios”. Todos estos cuatro libros los pongo a tu disposición de manera completamente gratuita. Solo ponte en contacto conmigo y con gusto te los hago llegar.

Listo. Hemos terminado esta introducción. Ahora vamos a descubrir el modelo de Dios para la paternidad y, para hacerlo más fácil en los capítulos que siguen, cada vez que sea necesario te señalaré cosas que en especial debes tomar en cuenta y que las he titulado así: “Regla 001 de la Buena Paternidad”, “Regla 002 de la Buena Paternidad” y así sucesivamente.

Vamos, ten ánimo, formemos siervos, no princesas y vamos a derribar castillos para levantar torres fuertes de madurez espiritual que hagan que la herencia que has recibido del cielo te devuelva fruto cual a ciento por uno.


 



Capítulo 1

Lo que ES un hijo

Estamos en el momento culminante de la ceremonia, ante nosotros, como anfitriones, tenemos a dos personas, un hombre y una mujer que están ante Dios presentado sus votos de amor porque desean que su Creador sea testigo del muto compromiso que han decidido adquirir como pareja. Se ponen los anillos y escuchamos la famosa frase: “Los declaro: marido y mujer”. En la tierra, vemos expresiones de alegría, pero, en el mundo espiritual ha pasado algo sorprendente. Dios, a esas dos personas además de verlas como dos seres que tienen un llamado para honrarle cada uno por su cuenta, los ve ya como una sola carne que, además, tienen ahora también una meta espiritual conjunta que solo podrán alcanzar siendo uno, estando unidos (Génesis 2.24).

Sobre esta unidad del matrimonio, se deberá poner lo que venga, eso incluye a los hijos.

Los hijos que le nazcan a este matrimonio tendrán con sus padres una relación que será completamente diferente e independiente a la relación que estos tienen como pareja, por lo tanto, la relación de mamá con sus hijos no puede romper lo que tiene con su esposo aun cuando este no sea el mejor de los maridos. Las mamás no pueden refugiarse en el amor de sus hijos para obtener el cariño que solo su esposo le puede dar. El amor de los hijos nunca se debe usar para suplir la falta de amor de un hombre.

Vamos ahora con papá. La relación de éste con sus hijos no puede romper lo que tiene con su esposa, aunque ella a veces, haga que el ambiente de la casa se torne insoportable. No importa que sus hijos sean su orgullo o que, se sienta especial porque en casa por fin tiene al “varoncito” que tanto quiso y que, además tiene su nombre y miren que maravilla, le gusta tanto el fútbol como al papá y, por supuesto, los dos son seguidores del mismo equipo o, ¿papá presionó por todos los medios para que “voluntariamente” su hijo adoptará al equipo de fútbol de sus amores como propio?

No, definitivamente no. Los hijos no forman parte de la unidad matrimonial. Son un complemento a esta unidad, pero no la sustituyen. Como esposo y como esposa, tu relación más importante en la tierra es con tu pareja, no con tus hijos. Dios te mandó a unirte como una sola carne con tu esposo o esposa, no a unirte con tus hijos. Los padres que rompen este principio serán traspasados de muchos dolores. Esto nos lleva a nuestra:



Regla 1 de la Paternidad Cristiana:
Los padres nunca debemos permitir que nuestros hijos interfieran con nuestra relación 
amorosa de pareja.
Marcos 10.8

Los padres que se entregan por completo a sus hijos por encima de su relación de pareja se debilitan espiritualmente y debilitan su matrimonio lo que puede derivar en casos extremos en adulterios o divorcios. Y, lógicamente padres débiles, producirán hijos débiles, hijos que tendrán carencias en varias áreas de su vida y estas carencias evitarán que ellos vivan de manera estable. Podemos identificar a los hijos débiles porque no tienen idea de adonde dirigir sus vidas. Tienen más preguntas que respuestas y no te confundas, porque tus hijos pueden parecer de carácter fuerte y muy decididos, pero, la realidad es que muy pocos de sus planes o decisiones traerán buenos resultados porque están viviendo sin ser personas completas. Así de importante es que como matrimonios no descuidemos nuestra relación de pareja.

¿Quieres tener hijos completos? ¿Hijos que tengan la capacidad de enfrentarse a la vida? ¿Quién no los lo querría? Yo quiero un par de siervas que, en su vida, sepan tomar decisiones para agradar en primer lugar a Dios, que sean capaces de tomar un proyecto secular o espiritual y llevarlo al éxito.

Las quiero adultas viviendo en mi casa si así es como glorificarán a Dios, pero, no las quiero adultas viviendo en mi casa porque son cobardes, porque no se atreven a vivir, porque temen a los nuevos retos o por la comodidad de que en su hogar lo tienen todo; si es así, ¿para qué van a arriesgarse fuera del entorno donde todos nos comportamos como sus sirvientes? ¿Y qué pasará cuando muera quién les da todo? Si, terminaran sus vidas sumergidas en la mediocridad, aceptando cualquier condición o cualquier relación para simplemente existir y lo más triste, pueden llegar a justificar su mediocridad diciendo algo como: “es que esta es la voluntad de Dios para mi vida”. Qué triste. Así que, creo que antes de preocuparme por saber con qué personas se van a casar mis hijas, me empezaré a preocupar por tener una relación fuerte con mi esposa (Proverbios 5.18).

Sigamos con la historia con la que abrimos este capítulo. La pareja a la que vimos casarse hace años ahora, ya tienen hijos y, nosotros vamos a visitar al último que han recibido. Estamos en un cuarto de hospital. Mamá carga a su recién nacido y, por lo que hemos visto hasta ahora, esos hijos de nuestra pareja de amigos no pueden ocupar el centro de la relación amorosa de sus padres, entonces, ¿Qué es lo que deben ser? En el resto del capítulo te comparto tres ideas de lo que es un hijo para que, al ver cada quién a los propios los empecemos a ver de una forma más equilibrada.


UN HIJO ES UNA PERSONALIDAD EN DESARROLLO

Nuestros hijos de la mano de su Creador han recibido un temperamento (hablaremos más de los temperamentos en el capítulo 5). Su temperamento, aunque puede tener rasgos del carácter de papá o de mamá, será único así que nuestro hijo no es un papá en miniatura y nuestra hija no es una pequeña mamá, aunque nos guste decir más con orgullo que con otra cosa: “es que es igualito a mí”. Además de remitirte al capítulo 5 para entender esto mejor, te recomiendo mi estudio: “Dale Balance a la Vida de tus Hijos” que puedes pedirme de forma completamente gratuita a través de cualquier plataforma o, incluso verlo en formato de vídeo en mi canal de YouTube: “Miguel Montoro Ministerio”.

La personalidad de nuestros hijos es “dinámica”, cambia, se va modificando conforme van creciendo en edad y en madurez mental pero, en sus primeras etapas de infancia (hablaremos de ellas en el capítulo 6)  no están completamente desarrollados, son personas en proceso de construcción que requieren muchos ajustes de temperamento antes de estar listos para tomar decisiones de las que puedan hacerse responsables así que, en estas etapas y en la etapa de la adolescencia (veremos esta etapa en el capítulo 7) aún no son capaces de ver todos los aspectos de la realidad en la que viven aun cuando ellos aseguren que lo saben todo (1 Corintios 13.11). No pierdas de vista que, usar diestramente un aparato para conectarse a internet, no significa que se está listo para poder procesar correctamente toda la información que ahí se puede encontrar mucha de la cual es literalmente: basura.

¿Te hago una pregunta?

En tu trabajo, ¿Dejarías que una persona no capacitada tomara decisiones importantes?

¿Por qué entonces permites que tus hijos decidan sobre cosas que no entienden?

Que este pensamiento nos lleve a nuestra:


Regla 2 de la Paternidad Cristiana:
Somos padres, somos adultos, mis hijos son niños
No debo obligarlos a que se porten como adultos y nosotros no debemos
portarnos como niños con ellos.
1 Corintios 3.1-3

¿Quieres volver tu casa un infierno? Haz todo lo que tus hijos quieran.

Los hijos no pueden mandar en el hogar. No se puede vivir para complacer las cosas que ellos creen correctas (y que estarán equivocados porque recuerda, son inmaduros). No podemos cambiarnos de iglesia porque mi hija dice que “nadie le habla” o porque mi hijo dice que “ya no se siente a gusto” sobre todo, cuando Dios a nosotros como padres nos pide estar ahí sirviendo. En estos casos, lo mejor es que nuestros hijos dobleguen su ego y aprendan a resolver una crisis siendo humildes como el Cristo de quién están aprendiendo (Mateo 11.29), que aprendan a ser servidores de los demás que es la ruta más corta a la grandeza (Filipenses 2.3) porque si los dejas controlar el hogar, siempre buscarán su propio beneficio y los padres que solo los quieran complacer pronto aprenderán que, un hijo que tiene a sus padres como sirvientes, siempre los terminará despreciando.

¿Quieres tener hijos humildes? ¿Hijos de los que todos hablen bien? ¿Quién no los querría? Yo quiero un par de siervas que no sean engreídas, que, como dice la Biblia, se pongan de pie ante las canas, que sean serviciales, que no se les tenga que rogar para que ayuden en las actividades de la iglesia, siervas que no quieran controlar a sus futuros esposos, sino que los impulsen a siempre depender de Dios. Que busquen primero amar para ser amadas y no a la inversa. Que no quieran sacar ventaja del genuino amor que sus padres les damos y que no se aprovechen de la confianza que otros les tengan así que, antes de preocuparme por si van a ser más altas que yo, mejor empiezo a tomar las decisiones más importantes de mi hogar solamente con Dios y con mi esposa.

Debo de hacerles saber a mis hijas que, en casa, tienen voz, pero no voto. Su opinión es importante y será tomada en cuenta, pero, ciertas decisiones solo pueden ser tomadas por sus padres y debo encontrar el momento preciso para decirles con claridad que a Dios siempre lo voy a amar más de lo que puedo llegar a amarlas a ellas y que espero que, ellas amen a Dios más de lo que pudieran amarme a mí y a su madre.

Y que quede claro, no es lo mismo que mi hija me diga que quiere ir a una playa de vacaciones en lugar de ir a una montaña y que vayamos a la playa porque la idea nos parece buena a que me diga que tiene un novio incrédulo y que se encierre con él por horas en su habitación y que yo no pueda decir nada porque si cometo el crimen de querer llamarle la atención “la niña se va a enojar”.

Para ser una figura de autoridad espiritual de tus hijos, ellos deben saber que, contigo no se juega y que cuando lo intenten hacer (y seguro que lo harán) habrá consecuencias. Si nuestros hijos no son capaces de mostrar respeto por el padre que pueden ver, ¿crees que respetarán al Padre Celestial que no pueden ver?

 

UN HIJO ES LA EXPRESIÓN FÍSICA DEL AMOR DE SUS PADRES

Lo mejor que como pareja tenemos, está representado por esas personas en desarrollo que juegan en los parques y brincan en las camas para después estar desesperados por la carga de labores escolares de la universidad. Son el recordatorio viviente de un algo más grande, más profundo, que une a sus padres; ese algo más grande es el amor que los unió como pareja y que nació, y se mantiene por el amor que ambos le tienen a Dios.

En otras palabras, nuestros hijos son la expresión de lo mejor que tenemos así que, es necesario que como padres entendamos que ellos deben ser criados e influenciados por la mejor versión posible de nosotros. Entendamos esto con un ejemplo tomado de la moderna tecnología. En la actualidad, los programas que controlan nuestros aparatos electrónicos constantemente se modifican, reciben actualizaciones para mejorar su seguridad o hacerse más rápidos. Si como padre, te comportabas de una forma cuando tus hijos nacieron y de la misma forma sigues comportándote cuando llegan a la mayoría de edad, entonces, no estás actualizado y la relación con tus hijos, es un desastre.

Con toda seguridad, tienes una pésima comunicación con ellos y ellos no se identifican contigo. No te buscan para consultar cosas verdaderamente delicadas de su vida y únicamente te dicen lo que quieres escuchar. Madres me han dicho: “mi hija y yo nos llevamos como si fuéramos las mejores amigas” bueno, pues resulta que a su mezcla de hija/mejor amiga se le “olvidó” decirle que está teniendo sexo indiscriminado y que ha quedado embarazada. El vivir así, como padres ciegos que no son capaces de ver la deficiente moral de sus hijos, es algo más común de lo que qué imaginas. Estos hacen necesaria nuestra:


Regla 3 de la Paternidad Cristiana:
Si tus padres cometieron errores contigo, no los repitas con tus hijos.
2 Reyes 24.8-9

Si como padre, te mantienes actualizado y buscas siempre ser la mejor versión de ti mismo, tus hábitos malos, se irán convirtiendo en hábitos buenos. Eso hará que rompas con las conductas malas aprendidas en el hogar y entenderás por ejemplo que, en el caso donde una abuela se embarazó adolescente, madre e hija también no hay que gritarle a ningún “espíritu de fornicación” que deje en paz a esa familia más bien hay que enseñarles que han vivido con hábitos de promiscuidad y libertinaje sexual que les han hecho “aprender” que el sexo irresponsable no es malo y por eso, lo practican como quieren hasta que, obviamente, viene alguna consecuencia. Por eso, es importante que no permitas que tus hijos pequen solo porque tú te das ciertas “libertades” y no ves nada malo en que ellos “adquieran experiencia”. Recuerda que, estás dando libertad a personas que no tienen aún la madurez emocional para usar esta libertad de la manera adecuada. Hazle caso a la Biblia cuando afirma que, un poco de pecado lo puede destruir todo (1 Corintios 5.6).

¿Quieres tener hijos que te vean como su primera opción para pedir ayuda? ¿Hijos que no repitan tus mismos errores? ¿Quién no los querría? Yo quiero dos siervas que sepan con certeza que siempre recibirán de mí, primero mi gracia y luego mi condena pero que entiendan que ese nivel de comprensión no significa que pueden pecar y hacer lo que quieran. Podrán (para sacar ventaja) criticarme sobre mi pasado y decirme que viví como quise y que nadie me dijo que hacer, pero, con toda claridad deben escuchar de mí que, el juez de mi pasado es Dios y no ellas. Que la opinión que puedan tener de mi pasado, no me importa y con mucha firmeza, nuestros hijos nos deben escuchar decir en algún momento que una de mis funciones como su padre en esta tierra es impedirles que pequen. Deben saber que, como Dios, de mí, tendrán mi amor incondicional pero también un trato justo (Génesis 18.25).

Y sobre todo, quiero que experimenten que tienen un padre que entenderá sus gustos, sus nuevas modas, que no saldrá con el clásico: “en mis tiempos”, que vean que entiendo que cada época tiene sus propias luchas y que ninguna generación es mejor o peor que la otra pero, que, cuando algo de lo que les gusta requiera un límite, ese límite les será impuesto y no habrá llanto o súplica u oferta que convierta mi “no” en “sí” porque sin importar cuán actualizado esté como padre, estoy en la tierra para obedecer a Dios y no a ellas. Así que, creo, antes de preocuparme por quién les está enviando mensajes por Internet, mejor me preocupo por cambiar las cosas que sean necesarias en mí para que cuando alguien les envíe mensajes, yo sea el primero que me entere,

 

UN HIJO ES UNA HERENCIA DE DIOS

Si, ya hemos hecho una referencia al Salmo 127 donde se nos dice que los hijos son “como flechas”, pero, en el mismo pasaje se nos afirma que, son una herencia que recibimos de Dios. La Biblia Textual en este mismo pasaje afirma que, los hijos son la “recompensa” de Dios. Esta idea me gusta mucho. Nuestros hijos son con lo que Dios nos premia o nos cobra. Son nuestra bendición o nuestra factura. Son lo que terminará demostrándole a todos, el verdadero tipo de personas que somos.

Muchos padres cristianos que viven en impiedad lo siguen haciendo porque nunca han tenido una disciplina realmente fuerte de parte de Dios que les motive a cambiar, pero, eso no significa que la disciplina no llegará (Gálatas 6.7).

Incluso existen casos de padres cristianos que viven en impiedad que están ya en una permanente disciplina porque son azotados todo el tiempo por Dios y salen de una situación difícil para entrar a otra y, en lugar de buscar el arrepentimiento prefieren creer que lo que les pasa son solo procesos naturales o, pruebas de su fe, pero, en realidad es disciplina.

Es claro que la Biblia afirma que el hijo no llevará los pecados del padre ni el padre los del hijo, o sea, cada quién es espiritualmente responsable delante de Dios por lo que hace (Ezequiel 18.20) pero eso no impide que Dios de manera soberana, use al hijo disciplinar a los padres por la maldad que esconden. Es más común de lo que creemos en las iglesias la presencia de padres que sirven a Dios, que parecen piadosos, es más, les creemos que son gente espiritual, pero, los pecados públicos de sus hijos, nos demuestran, que detrás de la máscara de piedad que tienen esos padres ocultan pecados no confesados. Esto obliga a que como padres observemos nuestra:



Regla 4 de la Paternidad Cristiana:
Como padre estoy obligado a vivir una vida de verdadera santidad para impactar de la manera más profunda a mis hijos.
1 Juan 2.6

Y solo por si alguien no lo entiende. Cuando decimos “verdadera santidad” nos referimos a que, cuando nuestros hijos nos vean, vean a Cristo (1 Corintios 11.1) y no queremos con esto decir que, debemos tener una actitud religiosa ya que, las actitudes religiosas suelen ser el mejor lugar donde se esconde la pecaminosidad. Tampoco queremos decir que los padres debemos vivir poniendo reglas a todos o censurando todo que no vaya de acuerdo a nuestra forma de pensar, o sea, siendo modernos fariseos que queremos imponer cargas a otros con cosas que nosotros ni siquiera las hacemos (Mateo 23.13-36). No, lo que queremos decir es que nuestros hijos nos vean diciendo todo lo que Cristo dijo y haciendo todo lo que Cristo hizo. O sea, ¡predicar con el ejemplo!

¿Qué beneficios trae el ser padres que viven en santidad? Por ahora pensemos en dos: el primero es que, al ser una persona que hago lo que enseño eso me da autoridad moral. Mis hijos sí me van a creer cuando les diga que obedecer a Dios es posible porque verán como yo lo estoy haciendo y, además, provoco imitación, lograré que mis hijos quieran hacer lo que yo hago, quieran vivir en santidad como yo. Verán la santidad como algo que es bueno y que ellos pueden alcanzar y no como una forma de vida para las personas que están en sus últimos años de existencia.

¿Quieres tener hijos que te respeten por convicción? ¿Qué es mejor? ¿Qué te obedezcan porque te creen o porque te temen? ¿Quieres tener hijos que tengan una relación fuerte con Dios y que lo tomen en cuenta en todos los aspectos de su vida? ¿Quién no los querría? Yo quiero dos siervas que conciban el cristianismo como la única opción viable para su vida

Quiero hijas que vean en el proceso de imitación de Cristo ventajas que ninguna cosa del mundo les puede ofrecer. Que se den cuenta que estar en Cristo puede darles algo mejor que alegría o placer momentáneo, puede darles plenitud permanente; que conciban a Dios como fuente de gozo y no como una aburrida actividad de día domingo así que, creo, en lugar de pasarme criticando su atracción por las cosas del mundo, mejor voy a demostrarles con mis palabras y acciones que nada de lo que el mundo tiene me hace tan feliz como estar en íntima comunión con Dios. Que vean lo bien que me siento confiando en Dios para que deseen que en su corazón pase lo que en el mío ha pasado.

¿Cuándo fue la última vez que miraste a tus hijos como una personalidad en desarrollo? ¿Cuándo fue la última vez en que los viste como expresión de tu amor hacia tu pareja? ¿Cuándo pensaste por última vez que ellos son la herencia de Dios para tu vida?

La respuesta a la siguiente pregunta piénsala con mucho cuidado porque te puede llevar a un compromiso que durará mientras vivas y decir eso, no es cualquier cosa.

¿Cuándo fue la última vez que como padre te preocupaste más por corregir tus fallas que por exigirles perfección a ellos?

 

 


Capítulo 2

Lo que NO ES un hijo

¿Qué te ha parecido hasta el momento “El Castillo de las Princesas”? ¿Muy aleccionador? ¿Te está haciendo reflexionar? Espero que sí porque hasta el momento hay muchas cosas que hemos podido aprender, pero no quisiera que perdieras de vista el objetivo primordial de este libro que es conocer el modelo de Dios para la paternidad así que, vamos a hacer un pequeño resumen de lo que hemos aprendido con respecto a este modelo iniciando con los tres objetivos principales que todo padre cristiano debe perseguir:

1.    Formar siervos para Dios

2.    Preparar a sus hijos para cuando los padres ya no estén con ellos

3.    Transmitir valores bíblicos a los hijos

Para poder lograr cumplir con estos tres principios, es necesario saber que es un hijo que fue lo que se trató en el capítulo 1 en donde aprendimos que un hijo es:

1.    Una personalidad en desarrollo

2.    La manifestación física del amor de los padres

3.    Una herencia de Dios

El ver a los hijos desde estos tres enfoques diferentes nos enseñó muchas cosas que podemos hacer para cumplir con los tres objetivos de la paternidad cristiana, pero, si ahora los vemos de la manera inversa también obtendremos mucha información útil así que, veamos entonces lo que un hijo no es.

 

UN HIJO NO ES UNA EXTENSIÓN DE LOS PADRES

Los hijos nacen con su propio temperamento lo que hará que desarrollen una personalidad definida la cual se va a ir enriqueciendo o deformando con la influencia de muchos factores y, siendo los padres por medio de la educación lo que más influye en ellos durante las tres etapas de la infancia (ver capítulo 6), es lógico asumir que en la personalidad de un hijo se manifestarán rasgos de la personalidad de papá y de mamá, pero, eso no significa que sean “iguales a ellos”. El argumento de decir “es que es igualito en carácter a su papá” o “es que salió con el temperamento de la mamá” es completamente falso.

Lo que si es cierto es que, por su temperamento recuerda, de nacimiento y por la influencia paterna, un hijo se identificará más con papá o mamá e imitará sus conductas, pero, insistimos. Es una persona diferente. Esto nos ofrece nuestra:


Regla 5 de la Paternidad Cristiana:
Como padre por ningún motivo debo obligar a que mis hijos sientan,
piensen o razonen como yo.
Jeremías 1.5

¿Quieres que tu hijo sienta antipatía hacia ti? ¿Quieres que aprendan sobre la vida en la calle porque no quieren aprender de ti? ¿Quieres vivir sintiendo que hay con tus hijos una distancia que por más que lo intentas no se hace más pequeña? ¿Quién querría eso? Yo quiero dos siervas que no se sientan extrañas en su misma casa, que, cuando algo malo les pase sin importar lo que esto sea, piensen en sus padres como la primera opción para enfrentar sus problemas. No quiero que mis hijas vayan a aprender a la calle porque enseñarles sobre la vida es mi responsabilidad y no voy a dejar que nadie más haga eso. Quiero que deseen estar conmigo así que, antes de querer que actúen como yo, voy a buscar mis defectos de carácter y con honestidad les hablaré de las cosas malas que su padre tiene y que está luchando por dejar para que entiendan que eso, no lo deben imitar de mí. Será doloroso, lo sé, pero será lo mejor.

También, debemos tomar en cuenta que, cuando nuestros hijos lleguen a la edad de independizarse de nosotros, buscarán un entorno diferente al que conocieron con sus padres, por la natural actitud humana de siempre “probar algo diferente”. Y cuando los hijos hacen algo no esperado por los padres esto suele provocar verdaderas tormentas en el hogar, pero, si los padres viven para agradar a Dios, formarán hijos que buscarán agradar a Dios, lo que significa que, cualquier entorno que los hijos busquen siempre será bueno lo que evitará conflictos por esto. De este último punto obtenemos nuestra:



Regla 6 de la Paternidad Cristiana:
Mis hijos siempre llegarán a una etapa de independencia. Si insisto en retenerlos más tiempo del necesario puedo perjudicarles en lugar de ayudarles.
Proverbios 22.6 

Está claro. Nuestros hijos son diferentes a nosotros. ¿Cómo podemos superar esas diferencias? La manera más directa es conociendo tres cosas de ellos: su temperamento, las cosas que les agradan y las cosas que les desagradan, así sabré acércame con ellos de la mejor manera, haciendo las cosas que les resulten más gratas. No olvidemos que, la comunicación, los estímulos y la disciplina que apliquemos debe ser de acuerdo a su temperamento porque solo así se obtienen los mejores resultados.

Si nos ocupamos de hacer las cosas que les agradan esto ayudará a que, tu relación con tus hijos sea más firme y, evitando hacer lo que les desagrada lograrás que sientan que tú les comprendes.

Conocer su temperamento, las cosas que les agradan y las cosas que les desagradan. Es bastante claro y, la única forma de conocer esto es comunicándote con ellos, dialogando, lo que significa que tienes que escucharlos dando a sus argumentos la misma importancia que quieres que le den a los tuyos. No monopolices la comunicación con tus hijos. No lo vuelvas un monólogo donde únicamente hables esperando que tu palabra sea una especie de ley infalible que está por encima de la voluntad de tus hijos.

A lo anterior, los padres cristianos deben añadir el uso constante de la oración pidiendo a Dios dirección para que Él como Hacedor de tus hijos te muestre como son en realidad, no como tú los quieres ver. A esto suma el observarles constantemente para poder ver sus reacciones, sus gestos y la forma como se mueven en distintos entornos y entonces, tendrás más recursos para darles lo mejor de de ti. No lo olvides: comunicarte con ellos, orar pidiendo dirección y observarlos y, además, no olvides nuestra:



Regla 7 de la Paternidad Cristiana:
De la comunicación con mis hijos depende todo así que, no puedo poner excusas
Ningún cansancio, actividad u ocupación me debe impedir comunicarme con mis hijos.
Números 12.8

Considera también que estos tres aspectos de tus hijos, cambiarán a lo largo de su vida como sucede contigo. Nuestros temperamentos sufren ajustes y con ello cambian las cosas que nos agradan y las que nos desagradan así que, no olvides estar pendiente de esto y no cometas el error de creer que “siempre serán los mismos” porque sus cambios que a veces se dan bruscamente, te pueden tomar por sorpresa.

 

UN HIJO NO ES EL MEDIO PARA QUE SUS PADRES SE REALICEN

Imaginemos a una madre cristiana. Se casó siendo no creyente, rompió su relación y se quedó a cargo de su único hijo. Los dos ahora, son creyentes y, el hijo de esta mujer creyente, está listo para estudiar la universidad. Siente una fuerte orientación vocacional hacia el diseño por lo que, como era de esperarse, decide estudiar una carrera en diseño gráfico. Su mamá que, por causa de su relación tuvo que hacer a un lado los planes de su vida, siempre deseo estudiar medicina, en consecuencia, lleva años insistiéndole a su hijo que estudie medicina diciéndole que ser médico es un trabajo seguro, que los médicos ganan buen dinero, que de diseñador gráfico se va a morir de hambre, que ella lo apoyaría para poder abrir su consultorio y muchos otros argumentos más que, añadidos a un poco de chantaje que la mamá lanza con frases como: “hijo, algún día tu madre va a quedarse sola y enferma y que mejor que tu para curarme” han logrado que este hijo estudie medicina pero, termina el segundo semestre y ya no puede más.

El hijo quiere hablar con su mamá para decirle lo que siente, pero cree que de inmediato ella, pedirá una cita con algún pastor para que lo “haga entrar en razón” y está seguro que, culpará a su novia cristiana de que “lo está distrayendo”. Dura situación para este diseñador gráfico por vocación y médico porque su mamá soñó con serlo. Aquí termina nuestra historia de ejemplo.

¿Dónde está la falla? Exactamente. En que la mamá quiere que sus sueños sean realizados por su hijo así para lograr esto, tuvo la “genial idea” de cancelar los sueños de su hijo para prácticamente obligarle a cumplir con los suyos.

Amados padres. Nuestros hijos tienen su propio camino donde, en una parte del mismo nosotros somos su influencia, pero, en el resto, solo debemos ser su compañía.

Ellos deben estudiar lo que ellos deseen. Se deben casar con la persona que les guste a ellos, no a nosotros. Deben luchar por sacar adelante su proyecto de vida, no el nuestro y eso los llevará a hacer cosas que a nosotros no nos gusten. Deben comprarse el auto que les parezca mejor no el auto que yo siempre quise tener. Por algo la Biblia dice en Proverbios 22.6 que debemos instruir a nuestros hijos “en su camino” no en el nuestro y así como en su momento, pasaste por encima de mil obstáculos para luchar por tu proyecto de vida, lo mismo debes permitir que tus hijos hagan. Con estas ideas conéctate con nuestra:



Regla 8 de la Paternidad Cristiana:
No debo obligar a mis hijos a que hagan solamente las cosas que a mí me gustan,
Así que, debo alentarles a que desarrollen las cosas que a ellos les hacen felices.
Salmos 119.1-2 

Pero, no te confundas. El hecho de que nuestros hijos deben elegir sus propios caminos no quiere decir que cualquier camino les está permitido. Hay algo más grande que tu voluntad como padre y que la voluntad de tu hijo y ese algo es, la voluntad de Dios (Juan 14.15) así que, debemos hacer entender a nuestros hijos que, en la voluntad de Dios (que es lo único agradable y perfecto según la Biblia (Romanos 12.2) hay un plan divino donde Dios desea darles todo lo que ellos desean (Jeremías 29.11) para que sean plenos en todas las áreas de su vida. A eso, se le llama realización y vivir con Dios estando en Cristo y obedeciendo su voluntad es lo único que a cualquier ser humano le da plenitud total. Lo afirma la Biblia con contundencia en Colosenses 2.10.

Estamos completos si estamos en Dios. Solo ahí hay plenitud. No en grados académicos o cuentas bancarias abultadas o en la belleza física sino en luchar por todo eso, pero teniendo claro que esto es secundario. Nuestra relación con Dios debe ser lo más importante de nuestra vida. Estos pensamientos nos regalarán nuestra:



Regla 9 de la Paternidad Cristiana:
Debo enseñar a mis hijos que la felicidad total en la tierra no es alcanzar una meta sino disfrutar el camino que se recorre para alcanzar cada una de ellas.
Filipenses 3.14

Y no solo la anterior, sino también la:



Regla 10 de la Paternidad Cristiana:
Debo hablarles a mis hijos no de su futuro material sino también del futuro espiritual y, si como padre, Dios no es mi prioridad, difícilmente lo podré lograr.
Salmos 127.1

 

UN HIJO NO ES UNA MONEDA DE CAMBIO

Para entender la afirmación del subtítulo, pensemos en un billete de cualquier valor. Lo tomamos en la mano y sin dudar decimos que, tenemos “dinero” aunque en realidad los billetes no son dinero.

Si el tema del dinero te interesa, te invito a que veas en mi canal de YouTube una serie de vídeos llamada “Geoeconomía”

Volvamos con el billete que imaginamos. En nuestros manos, es un medio de cambio ya que lo podemos “intercambiar” o “canjear” por algún producto o algún servicio, o sea, lo usamos para obtener otra cosa. Ahora piensa, ¿Cómo podría aplicarse eso en la paternidad? Veamos tan solo un ejemplo. Una madre tiene conflictos con su esposo, entonces les llena a sus hijos la cabeza con ideas en las que denigra a su padre así que, ya está usando a sus hijos como moneda de cambio. Los usa para obtener venganza sobre su esposo sintiendo alegría al ver que sus hijos lo rechazan por el veneno que ella les ha estado inyectando.

Pero. ¿eso solo pasa en el mundo secular? ¿verdad?

Me temo que no. La Biblia nos relata en 1 Reyes 15.9-13 que un rey llamado Asa tomó la decisión de vivir en obediencia a Dios así que, de las cosas que se nos describen que hizo se menciona que impidió que su madre recibiera el título de “reina madre”. Además de que destruyó un ídolo que su madre había construido para adorar y lo quemó por completo. Que ilustrativo es este ejemplo.

Maaca la madre de Asa, quiso usar a su hijo como moneda de cambio. Por medio de él quiso alcanzar la gloria humana, tener un trono ante quién la gente se inclinará, o sea, usó a su hijo para obtener poder. Pues eso mismo está pasando con muchos padres cristianos que usan a sus hijos para obtener beneficios económicos de sus parejas, para controlar la vida social de sus respectivos esposos o para condicionar los tiempos para tener intimidad sexual y muchas otras cosas más. Lamentablemente esto pasa más de lo que debería.

Pobres hijos que, siendo pequeños no se dan cuenta de cómo para nosotros son un medio para obtener algo, pero algún día crecerán y entonces, nos echarán en cara lo poco honestos que fuimos con ellos y se apartarán de nuestra vida en la primera oportunidad que tengan porque, a nadie le gusta vivir al lado de quién lo ha estado manipulando.

Tomemos esto en cuenta al llegar a nuestra:



Regla 11 de la Paternidad Cristiana:
Tengo prohibido involucrar a mis hijos en mis conflictos matrimoniales
Nuestros problemas como esposos, los debemos resolver solo entre nosotros.
Jeremías 9.5

 

¿Quieres hijos que desconfíen de ti en todos los sentidos? ¿Hijos que rechacen el ayudarte porque piensan que les estás mintiendo para obtener un beneficio material de ellos? ¿Hijos que te engañen como una forma de revancha porque tú siempre los engañabas? Nadie querría hijos así. Yo quiero un par de siervas que sientan el ayudarme en cualquier sentido como una responsabilidad o como un deleite, pero no como una carga o una obligación. Qué no me escondan lo que pasa en sus vidas o me digan mentiras para que yo creo algo diferente de lo que realmente está pasando.

Aspiro a tener hijas que siempre vean a su madre en función de la imagen que ella construyó en sus vidas y no en lo que yo les hice creer que su madre era o pensaba, Así que, en lugar de preocuparme porque puede llegar un hombre a su vida que las use con cualquier propósito perverso, mejor empiezo a tratarlas con total honestidad y a enseñarles que deben respetar y obedecer a su madre con la que tal vez yo no esté de acuerdo en todas las cosas pero, con seguridad sé que ella siempre deseará lo mejor para ellas.

Ah, y creo que empezaré a dejar de quejarme de mi esposa en su presencia.

Y tú, ¿Qué vas a hacer?

 



Capítulo 3

Tres Principios Básicos de Paternidad

Llegamos al tercer capítulo del libro. Hasta este momento, ya debemos saber cuáles son los propósitos de Dios para nosotros como padres y que, el modelo de Dios para la paternidad implica que de una manera muy clara entendamos lo que es y lo que no es un hijo lo que nos ha permitido hasta el momento, conocer once reglas de la paternidad cristiana, pero, nos faltan muchas más.

Vamos ahora a analizar tres principios que son como un fundamento sobre lo que descansará cualquier información que veremos de ahora en adelante así que, debemos poner mucha atención en estas tres cosas que, es obligatorio que como padres las hagamos. No las podemos omitir, no podemos reducirlas o ignorarlas. Con otras cosas podemos tomarnos nuestro tiempo. Con estos tres fundamente no. Una vez aprendidas deben ejercerse de inmediato. Vamos con la primera.

 

LÍMITES

En cualquier área de la vida humana están presentes los límites. En las leyes humanas, en el tránsito de los vehículos, en las instalaciones industriales, en la conducta humana, en fin, en todo. Los límites, aunque parecen prohibiciones porque impiden algo, en esencia son más que eso, son prevenciones. Son el medio para evitar que hagamos algo que en el futuro nos puede dañar, o sea, los límites nos previenen de un mal mayor.

Lo mismo sucede con los límites espirituales que Dios nos impone en la Biblia. Están ahí para que no hagamos cosas que pueden provocar que el pecado tome control de nuestras vidas y destruya nuestra relación con Dios que, nos quedó claro en el capítulo anterior es lo único que puede darnos felicidad en esta tierra.

Pensemos ahora en el momento de nuestro nacimiento. Nacemos sin límites.

Llegamos a un nuevo entorno donde empezamos a desarrollarnos física, mental y espiritualmente, pero, nuestro desarrollo enfrentará un serio choque ya que buscaremos acoplarnos al entorno donde vivimos, pero sin entender que no podemos hacer todo lo que queramos porque eso nos pone en riesgo de muchas formas posibles.

Aquí entramos en acción los padres.

Somos los responsables de limitar lo que nuestros hijos hacen y si no lo hacemos, provocaremos que, en su mente, desarrollen la idea de que pueden hacer lo que quieran y todos sabemos cómo termina la vida de personas que no se detienen ante nada.

En este punto, hay una diferencia que entenderás analizando nuestra:



Regla 12 de la Paternidad Cristiana:
No debo confundir poner límites con aplicar disciplina.
La disciplina es para corregir, los límites son para prevenir.
Ezequiel 20.7

Veamos como incluso para Dios, es importante poner límites a sus hijos.

Dios estableció leyes a los hombres. Más de 300 le fueron dadas a Moisés. Estas leyes pueden condensarse sin problema en lo que nosotros conocemos como: “Los Diez Mandamientos” y Cristo resumió todos ellos en tan solo dos: amar a Dios y amar al prójimo y fue claro al decir que, cumpliendo estos dos mandamientos, se cumple toda su ley (Mateo 22.40) pero, si lo analizas, estos mandamientos en realidad son límites.

Así que, desde el punto de vista de Dios que es perfecto, nuestra conducta no puede dejarse sin control ya que por naturaleza el ser humano siempre elegirá lo malo lo que termina auto destruyéndolo. Por lo mismo, es importante que, como padres entendamos que si no ponemos límites a nuestros hijos van a auto destruirse con el consecuente dolor que nosotros sufriremos al verlos sufrir, pero nuestro dolor será doble porque sabremos que lo que les esté pasando pudimos haberlo evitado si les hubiésemos puesto límites.

Una vez más, aunque te parezca repetitivo. Entiende. Los padres debemos poner límites a nuestros hijos. No debes darle todo lo que desean, no debes permitirles que te hablen como ellos quieran, no pueden romper todo lo que quieran, no pueden tener todo su horario libre sin obligaciones, no pueden tener total control sobre sus pertenencias o sus aparatos tecnológicos. Deben tener límites ya que aún no han desarrollado la madurez espiritual para auto limitarse.

Los límites en los hijos se deben imponer sobre todo durante la etapa de la infancia (ver capítulo 6) pero, estemos conscientes que el que pongas límites a tus hijos esto no garantiza que esos límites serán respetados así que, cuando un límite no detenga a tus hijos, debes aplicar disciplina.

Para saber cuándo debemos hacer esto sin que nos quede la duda de estar siendo injustos debemos seguir este principio: debemos disciplinar cuando nuestros hijos estén haciendo cualquier cosa que esté poniendo en riesgo su relación con Dios.

Para que, tengamos la certeza de que esto pueda estar pasando te pongo tres ejemplos fáciles de entender:

·       Por la excusa de tener muchos deberes escolares ya no se congregan

·       Hacen sacrificios para estar con sus amigos, pero no para estar en la iglesia

·       Por el uso excesivo del nuevo teléfono celular ya no vemos que oren

Ante situaciones como las anteriores u otras semejantes, debes intervenir aun cuando esto ponga en riesgo tu relación con ellos. Tranquilo, disciplina sin miedo. Tu relación con ellos no se va a romper, pero, si su relación con Dios se rompe, entonces su relación contigo terminará en un desastre. No te arriesgues. Lo que importa es que la relación de tus hijos con Dios ande bien, aunque parezca que su relación contigo anda mal.

Si como padre debido al amor que le tienes a tus hijos te cuesta trabajo poner límites en su infancia, toma en cuenta que estos, nos enseñan a ser reflexivos, a tomar mejores decisiones. Los límites desarrollan nuestra inteligencia porque debemos buscar diversas alternativas para lograr lo que necesitamos respetando el obstáculo que el límite representa.

Los limites nos enseñan a ceder, a ser tolerantes ya que entendemos que no tenemos toda la razón y que no obtendremos completamente todo lo que queremos. Aprendemos a ser humildes, a respetar el espacio de los demás y aceptar que una parte de lo que somos y tenemos debe ser compartida con alguien más.

No te pierdas la bendición de convivir con hijos que son pensantes, que son tolerantes y para que esto no te pase, no olvides nuestra:



Regla 13 de la Paternidad Cristiana:
Debo poner límites a la vida de mis hijos y esos límites no son negociables.
Nada de lo que digan o hagan debe cambiar el límite que he impuesto.
Deuteronomio 3.26

Finalizamos esta sección pidiéndote que, pongas especial atención a la sección que sigue porque de su correcta aplicación depende que aciertes con la aplicación de límites y que tus hijos los reciban de la manera correcta.

 

AUTORIDAD

Los cristianos sabemos que la relación de Cristo con la iglesia sirve para entender cómo debe ser la relación de un esposo con su esposa y viceversa (Efesios 5.25) pues bien, de la misma manera, la relación que tenemos con Dios como padre, debe ser modelo de la relación que debemos tener con nuestros hijos.

Lo que es Dios con nosotros es lo que debemos ser con nuestros hijos.

Por tanto, es obligatorio que sepamos como actúa Dios en nosotros para que actuemos de la misma manera con nuestros hijos.

La ruta más corta para conocer eso es, conociendo a fondo la Biblia ya que, como sabemos, es el libro en donde Dios ha querido revelar cómo actúa y, ya dentro de la Biblia tenemos incluso un camino más corto que es conociendo como actuó Cristo ya que Él es la manifestación en carne de Dios (Juan 14.6).

¿Cómo trató Jesús a la gente a su alrededor? Así es como Dios trata a sus criaturas y así es como los padres debemos tratar a nuestros hijos. De esto desprendemos nuestra:



Regla 14 de la Paternidad Cristiana:
Debo leer la Biblia con la mayor frecuencia posible para descubrir las ideas y acciones con las que tengo que relacionarme con mis hijos.
Juan 5.39

De todas las cosas que Dios es con nosotros, considero que, sin lugar a dudas la más importante que tenemos que entender ya que de ella se derivan las demás es, el hecho de que Dios es autoridad de nuestras vidas.

Autoridad es el ejercicio de ciertas potestades (poderes que alguien tiene sobre una empresa, un gobierno, una iglesia o los hijos). Las potestades que Dios ejerce se las confiere su carácter de Creador. Al ser el Hacedor de todo, Dios tiene autoridad de actuar sobre su creación como lo deseé sin que su creación le pueda cuestionar al respecto (Isaías 45.9).

En el caso de los padres, tenemos potestad sobre nuestros hijos por ser quienes les hemos dado la vida, pero, nuestros hijos deben reconocer que tal autoridad nos pertenece y eso, ellos lo harán en función de lo que observen de nuestras acciones. En palabras cortas, Dios nos confiere autoridad y a nosotros nos corresponde ganarnos la imagen de autoridad delante de nuestros hijos. Ningún padre puede presentarse ante sus hijos y exigir que le obedezca si no hace las acciones correctas para que sus hijos deseen obedecerle aun cuando no estén de acuerdo con él.

Si pensamos en que la autoridad de Dios no debe cuestionarse y porque la nuestra depende de que la podamos ganar, la respuesta para los padres que quieren ser reverenciados como dictadores es simple: no eres Dios.

Con esto, demos la bienvenida a nuestra:



Regla 15 de la Paternidad Cristiana:
Como padre no puedo exigir sujeción y obediencia de mis hijos si primero no demuestro que yo estoy sujeto y obedeciendo a Cristo.
Mateo 23.1-3 

Debemos ser una clara figura de autoridad en la vida de nuestros hijos.

Dios no te hizo padre para ser el mejor amigo de tus hijos, para ser en quién más confíen, para ser el que practique pecados junto con ellos o para tener una relación donde solamente exista el cariño.

Dios no te hizo padre para ser comprensivo con ellos o para no cuestionar sus acciones. No, definitivamente no. Dios te hizo padre para ser su autoridad.

Pensemos en lo primero del párrafo anterior: “ser el mejor amigo de mis hijos”. Si tú por encima de eso debes ser su autoridad, entonces tu meta no debe ser que te platiquen todo lo que les pasa en su vida o que no te guarden secretos. Tu meta es que te vean con el suficiente respeto para acatar los límites que impongas y la disciplina que apliques, aunque no estés enterado de todo lo que hagan.

En esto, en ser autoridad es donde la mayoría de los padres fracasan porque desde la más temprana edad por el motivo que sea le entregan la autoridad del hogar a sus hijos. O sea, ellos son los que mandan y nos están gobernando a los adultos, permitimos que nos controlen personas inmaduras que siempre buscarán lo que les conviene y aprovecharse de nosotros.

Espero no estar describiendo tu hogar porque si lo estoy haciendo estás en serios problemas.

¿En qué puede terminar que los hijos arrebaten la autoridad a los padres? La Biblia dice que Isaac y Rebeca no impusieron su autoridad sobre Jacob lo que provocó que ellos, como padres vivieran en amargura (Génesis 26.35) y por su lado, Proverbios 10.1 advierte que, los hijos sin autoridad provocan tristeza en sus padres pero, sobre todo en su madre lo que es de esperarse ya que estas suelen ser terriblemente tolerantes con los hijos varones los que las terminan despreciando (Proverbios 29.15) así que, para evitar que mi autoridad se vea debilitada en mi hogar y viva en como si todo el tiempo tuviera algo amargo en la boca no olvides aplicar nuestra:



Regla 16 de la Paternidad Cristiana:
No debo permitir ninguna falta de respeto hacia mi persona en ningún sentido de parte de mis hijos.
Éxodo 20.12

Meditemos en un último aspecto de este tema. Nos ha quedado claro que mi figura de autoridad se ve reforzada por las acciones que yo hago así que, necesitamos saber qué cosas debemos estar practicando para que nuestra autoridad sea respetada. Para saber esto, volvamos nuevamente al ejemplo de Dios como Padre. Dime qué responderías si te hiciera la pregunta: ¿Por qué Dios es para ti una figura de autoridad? ¿Por qué tratas de vivir respetándole? Como respuestas, seguramente diríamos cosas como: “por lo que hace cada día conmigo”, “por lo que Él es como Dios” o “por lo que hizo al salvarme”.

Detente un poco y piensa en las frases anteriores.

Interesante.

Le guardamos autoridad a Dios por sus acciones cotidianas, o sea, por el amor, el cuidado, la protección o la dirección que manifiesta en nuestro diario vivir

Pero, además, también le respetamos por lo que hay en su persona, su majestad, su justicia, su santidad, pero, además de ello, vemos en Dios nuestra autoridad por las cosas que ha hecho al salvarnos, por habernos llamado, por habernos elegido, por haber muerto en la cruz para lograr nuestra salvación, todo esto en su conjunto, sostiene la autoridad que damos a nuestro Dios. Pues bien, esto se pone doblemente interesante cuando razonas que lo mismo sucede con tus hijos terrenales.

Dios ha determinado que seas su padre, su autoridad, pero, para que ellos te vean como su autoridad debes preocuparte por las acciones cotidianas que les demuestren que tú eres la persona adecuada para llevar el timón de su vida mientras vivan contigo. Por tanto, platica mucho con ellos en un ambiente donde respetes sus puntos de vista. No reacciones de inmediato a lo que te digan. Espera a que pase un tiempo de oración para que con ayuda de Dios te formes la opinión más adecuada de lo que debes responder a lo que te han compartido. No temas decirles que no sabes, reconoce que algunas cosas tendrás que preguntar primero, leer la Biblia u orar antes de darles una respuesta. Pregunta mucho, no solo hables, entérate de todo lo que les pasa y no solamente te dediques a disparar sermones imparables donde pretendas que ellos sean oidores pasivos que tienen que aceptar por obligación lo que tú piensas.

Dime si en esto no aplica nuestra:


Regla 17 de la Paternidad Cristiana:
Si quiero ser un buen padre, debo aprender a escuchar a mis hijos el doble de lo que les hablo y mi enojo con ellos debe ser la mitad de lo que les quiero hablar.
Santiago 1.19

Pero, también darás mayor fuerza a tu figura de autoridad por el tipo de persona que ellos vean que eres. Refleja los valores de Cristo y asegúrate que lo vean. Sé amable con todos, muestra gracia en todas tus relaciones. Sé gentil, educado, respetuoso, amoroso. Evita las contiendas, vuélvete un pacificador, sé la persona que siempre buscará que las cosas marchen bien sin esperar nada a cambio. Demuestra que tu razón siempre estará sujeta a la razón de Dios. Sé un reflejo viviente del carácter de Cristo. Recuerda. Tiene un manual completo para aprender como en los evangelios donde puede ver cómo actuaba Cristo y, simplemente, imitarlo.

Si te interesa más el tema, te ofrezco completamente gratis mi libro: “Líderes de Papel” donde muestro como son los malos líderes y por ende, los malos padres, pero también como son los buenos así que, en este libro encontrarás las cualidades del carácter de Cristo que deben ser las cualidades que debes desarrollar en tu carácter para que tu figura de autoridad crezca ante los ojos de tus hijos y, toma en cuenta nuestra:



Regla 18 de la Paternidad Cristiana:
Tengo que estar en constante aprendizaje. Aprendo y soy mejor cuando escucho la Palabra de Dios, cuando la leo o cuando leo un material basado en la Biblia.
El aprendizaje constante evita que seamos padres mediocres.
Oseas 4.6

De las tres cosas que reafirman nuestra autoridad nos falta una. ¿Recuerdas que damos autoridad a Cristo por lo que hizo por nosotros? O sea, lo que en el pasado nos dio, alcanza para que ante Él nos humillemos en el presente.

Aplica eso a tus hijos. Las acciones correctas que apliques en su “ahora” el día de mañana para ellos serán un registro de lo bueno que fuiste como padre y si, todos los días haces lo correcto, todo el tiempo serás una presencia viva de correcta dirección y eso hará que te reconozcan mayor autoridad, pero, si en el pasado de tus hijos hiciste cosas que en el presente te muestran más como un tropiezo que como una motivación. Si en el presente fuiste insensible, si les menospreciaste si no estuviste ahí cuando tenías que haberlo estado, imagina qué concepto tienen de ti. Imagina qué clase de ideas les provocas en su presente.

Si así fue, podrás entender por qué reaccionan ante ti de la forma en que lo hacen y por qué no les representas ninguna figura de autoridad. Si este es tu caso, ha llegado el tiempo de que hagas con tus hijos la cosa que más trabajo le cuesta a la mayoría de los padres que es pedirles perdón por el daño que les provocaste.

Pedir perdón a tus hijos sanará sus heridas, pero, para que estas heridas sanen por completo tienes que empezarte a comportar de una manera diferente a como lo habías hecho hasta ahora con ellos, lo que significa cambiar, y la resistencia al cambio es, la piedra donde muchos padres tropiezan. Para que no te pase medita en nuestra:



Regla 19 de la Paternidad Cristiana:
Para ser seguidor de Cristo, debo cambiar.
Y para aplicar el modelo de Dios para la paternidad
¿Qué imaginas que debes hacer?
Lucas 9.23

 

DERECHOS, PRIVILEGIOS Y RESPONSABILIDADES

El tercer principio básico de la paternidad tiene que ver con el significado de las tres palabras del subtítulo anterior y cómo esto se aplica a la vida de nuestros hijos quiero que te preguntes como padre: ¿Entiendes el significado de estas palabras? Seguramente, ¿entiendes cómo aplicarlas a la vida de tus hijos? Eso, lo aprenderemos juntos.

Iniciemos con los derechos. Un derecho es una condición que se merece tener. Por ejemplo, un padre tiene el derecho de pedir que sus hijos le muestren respeto porque Dios lo ordena (Éxodo 20.12) y debe recibirlo, aunque a sus hijos les parezca que no lo merece. Así que, los padres solo debemos buscar los versículos de la Biblia donde se hable de nuestros derechos, hacer copias de los mismos, pegarlos por las paredes de toda la casa y sentarnos a esperar que cada uno de ellos se cumplan en nuestra presencia, pero me temo que no es tan fácil.

¿Cuál es la parte difícil de todo esto?

Qué, en el contexto cristiano los derechos no se reciben de forma automática sin hacer nada, se deben cumplir ciertas condiciones para poderlos recibir. El padre cristiano de nuestro ejemplo tiene que cumplir con ciertos mandatos de Dios para que así sus hijos le muestren el respeto que él quiere.

Espero esto se aclare con otro ejemplo. Pensemos ahora en el pastor de una iglesia cristiana. Él puede reclamar el derecho de que su congregación le obedezca y se someta a él y tendrá razón según Hebreos 13.17 pero, para poderlo reclamar, la congregación debe ver una vida de verdadera santidad y respeto por ellos lo que hará que entreguen su obediencia y sujeción de manera voluntaria. Si el pastor no cumple con esta obligación entonces la congregación ahora tendrá el derecho de llamarlo a cuentas.

Con estos dos ejemplos, el concepto de “derecho” considero que ha quedado claro. Ahora vamos a aplicarlo a nuestros hijos.

Ellos tienen el derecho a tener un hogar, alimento y los cuidados necesarios para que su desarrollo mental e intelectual sea el mejor posible. Tienen el derecho de que les demos las herramientas necesarias para llegar lo más lejos posible, pero, ¿Qué es lo que tienen que hace a cambio? Recuerda, no hay derechos gratis.

Piensa bien la respuesta que darás a la pregunta anterior porque en ella se equivocan la mayoría de los padres en dos cosas con pésimas consecuencias. ¿Y en qué se equivocan? Primero. Se equivocan en creer que es derecho de nuestros hijos darles todo lo que quieren. No, su real derecho es darles todo lo que necesitan y, el segundo error es que los padres creen que lo que les den a sus hijos debe ser gratis sin que hagan nada a cambio de lo que se les da cuando deben hacer algo para merecerlo.

De una forma rápida es decir que, los padres les dan a los hijos cosas solo porque estos existen. El padre que hace eso, está preparando el camino para la infelicidad de sus hijos. Imagina a Dios dando perdón sin que antes demos arrepentimiento. ¿Cuánto duraríamos portándonos bien? ¿Cuánto tardaríamos en volver a pecar?

Que otro ejemplo nos ayude a seguir a aprendiendo. Un hijo quiere un nuevo teléfono celular porque el suyo se está quedando obsoleto. Está bien, pero, ¿qué ha hecho ese hijo para merecer tener ese nuevo celular? Si se lo vas a dar solo porque es tu hijo, solo porque lo amas o porque te hace muy feliz, estás perdido como padre.

Enseña a tus hijos que para poder reclamar un derecho primero se lo tienen que ganar. En algún lugar de tu casa se debe ver en que están ayudando. En sus estudios escolares se debe ver su buen aprovechamiento, en la iglesia se debe ver su testimonio, en sus hábitos se debe ver la responsabilidad y entonces sí, pueden reclamar cualquier derecho. Para que todo lo anterior quede claro veamos nuestra:



Regla 20 de la Paternidad Cristiana:
Nunca debo dar nada material a mis hijos si no han hecho nada para ganárselo.
Los buenos padres dan a sus hijos por lo que estos hacen, no por lo que estos son.
Romanos 2.6

Esta regla cobra mayor profundidad cuando recordamos que la Biblia enseña que, una ocasión un querubín (una clase de ángel) quiso tener el derecho de ocupar el trono de Dios y, pensó que ese derecho le pertenecía por lo que él era, no por lo que hacía y decidió retar a Dios. Piensa en cómo terminó ese ángel y entonces sabrás lo que puede pasar con tus hijos si insistes en usar como pretexto tu argumento de: “es que quiero que tengan lo que yo no tuve” para seguir premiándolos solo porque respiran.

Ahora vamos con los privilegios. Un privilegio es una gracia, una dádiva que se da de manera inmerecida. Si pensamos en la salvación del alma humana gracias al sacrificio vicario de Cristo esto fue una “gracia” o sea un don, un regalo, pero, si entendemos que no lo merecíamos, entonces fue un privilegio. Esta idea debe ser claramente enseñada a los hijos.

Para entender cómo hacerlo y la importancia que tiene enseñar sobre los privilegios vamos a recurrir nuevamente a un ejemplo, pero, en este, vamos a mezclar no solo la idea de los privilegios, sino que, además, lo conectaremos con la idea de los derechos para que, de una vez por todas, nos quede clara la diferencia.

Tienes una hija que ha llegado a tu vida. Ella tiene el derecho de que le brindemos las mejores condiciones posibles que podamos para, en este caso, ayudarla en su desarrollo intelectual. Ahora, está en el nivel de estudios que precede a la universidad y, en tu caso, preocupado por las circunstancias de inseguridad de la sociedad, todos los días le pagas un taxi para que llegue a la escuela lo que, entre otras cosas, no te permite, tener tus finanzas estables, pero, crees que ese sacrificio bien vale la pena.

Además de lo anterior, has logrado acomodar tus horarios de trabajo lo que, por cierto, te costó un desencuentro con un par de supervisores lo que te ha generado tensión en tu entorno laboral y esto, lo has hecho para que, al terminar tu horario, puedas irla a recoger a su escuela para que, así no tenga que caminar hasta tu casa (lo que le tomaría como máximo 40 minutos) porque recuerda, estás preocupado por su seguridad pero, como es obvio, no siempre las cosas en el trabajo terminan como tu deseas.

Pues bien, un cierto día, no puedes salir a la hora, te retrasas treinta minutos y, cuando usualmente recogías a tu hija a las 2pm ahora, son las 2:30pm y apenas vas conduciendo hacia su escuela y, consciente del retraso vas rápido incluso poniéndote en riesgo porque seguramente ya tu hija te estará esperando. En eso, suena tu teléfono celular y ves el número en el identificador de llamadas. Es tu hija. Contestas y, de mala gana con una voz molesta te dice: “¿Dónde estás? ¿Por qué no has llegado?” Tú les das como tres explicaciones de lo que motivó tu retraso a lo que ella responde con una expresión de fastidio y te cuelga la llamada.

Llegas a la escuela. Se sube al auto, azota la puerta y no te habla por todo el camino. Tratas de atraer su atención para, así lo crees, volver a darle una explicación y, de ser necesario, darle una disculpa, pero, te ignora por completo concentrándose en su teléfono celular. Llegan a la casa. Ella se baja rápido y se dirige a su habitación inmediatamente.

Al pasar tu hija al lado de tu esposa le da su versión de lo que pasó y se encierra en su habitación sin querer hablar con nadie. Al llegar tú con tu esposa te dan la bienvenida estas frases: “¿Otra vez llegaste tarde? ¿Qué no ves que eso no le gusta a la niña? Ahora ya no va a quedar comer”.

Te sientas en la mesa mirando hacia el horizonte pensando que, te esperan por lo menos tres días espantosos donde tú serás tratado como el malo de la historia y tendrás que hacer multitud de cosas para que por lo menos, tu mujer y tu hija te vuelvan a hablar normalmente. De hecho, tu hija te va a hablar normalmente al día siguiente porque te pedirá dinero para ir al cine con sus amigos. Fin de la historia.

¿Hay algo de esta historia que carece de sentido? Yo te lo digo. Este ejemplo presenta a una joven que no ha entendido la diferencia entre derecho y privilegio. Es su derecho que le proveas de educación y lo estás haciendo, pero, enviarla en taxi todos los días y recogerla en la escuela todos los días es un privilegio, es un valor agregado, es un esfuerzo extra que no sería necesario y que, millones de personas no pueden hacerlo por sus hijos todos los días y tú de manera inmerecida lo estás logrando.

Y en nuestra historia, tú recompensa es una serie de faltas de respeto.

Esta malagradecida hija está faltando al respeto a tu figura de autoridad designada por Dios cuando te llama con aires de grandeza exigiendo una explicación que le satisfaga, te falta al respeto a no responderte en el auto como si ella fuera la que te gobernara a ti. Te falta al respeto al usar a su madre para provocarte cargas y chantajes emocionales y, recuerda todo esto lo hace porque no ha entendido que el esfuerzo extra que haces, es un privilegio no un derecho.

Le debes enseñar y le debe quedar bien claro que eres su padre, no su chofer. Eres su proveedor, no su esclavo. Cuantos padres recuperarían autoridad sobre su hogar si fueran capaces de actuar para que sus hijos entendieran la diferencia entre derecho y privilegio.

Para que podamos hacer esto, espero ayude nuestra:



Regla 21 de la Paternidad Cristiana:
No debo acostumbrar a mis hijos a tener privilegios.
Y, si decido dar uno de ellos, debe ser espontáneo, sin avisar, que no lo esperen
para que así me lo agradezcan.

Ahora, es turno de las responsabilidades. Una responsabilidad es simplemente una acción con la que cumplimos con nuestras obligaciones. ¿Recuerdas a la joven del ejemplo del apartado anterior? Bueno, pues, cada vez que pagas su inscripción escolar, que compras las cosas que le piden como materiales en la escuela, cada vez que pagas el servicio de Internet para que pueda enviar tareas u organizarse con sus compañeros, tú, estás cumpliendo con tus responsabilidades y al hacerlo, tienes del derecho no de pedir, de exigir tus privilegios.

De exigir que se te muestre respeto, que se agradezca las acciones que haces para ayudar a tu hija y que recibas apoyo cuando no puedas cumplir con el privilegio de recogerla en la escuela para que ella, tome un autobús o se vaya caminando y que lo haga sin quejarse ni expresarse como si se le estuviera exigiendo hacer algo imposible, es decir, los privilegios que das, deben ser devueltos con responsabilidades en este caso de tu hija.

¿Y solo eso debe hacer ella? No. También debe tener responsabilidades en casa y responsabilidades en la iglesia. Si ella, cumple con eso, entonces podrá pedir privilegios lo que no significa que se le darán automáticamente. Yo soy su padre, pero soy también su autoridad moral y espiritual y si a la luz de la Biblia claramente veo que, el privilegio que me pide puede alejarla de Dios y acercarla al pecado, entonces no debo dárselo por muy importante que sea para ella o por mucho que me insista en tenerlo.

Padres, debemos imponer responsabilidades en nuestros hijos desde el momento en que pueden entender que forman parte de un hogar y hasta que Dios nos lleve a su presencia. El hecho de que formen sus propios hogares, cambia sus responsabilidades hacia nosotros como padres, pero no las elimina. Cerremos este tema con nuestra


Regla 22 de la Paternidad Cristiana:
Debo imponer responsabilidades a mis hijos y debo entender que, hasta que las cumplan se podrá considerar el darles algún privilegio.
2 Timoteo 2.6

Al cerrar este capítulo estoy pensando en cosas terribles que los padres hacen que siempre tendrán serias consecuencias. Pienso en los padres que, teniendo tres hijos, prefieren comprar tres juguetes en lugar de enseñar a sus hijos a compartir, pienso en los padres que tienen dos hijos y que, siendo el cumpleaños del primero, tienen que comprar cosas al segundo porque si no, “se enoja”. Pienso en padres que cada vez que van a un almacén tienen que llevar algo material para sus hijos bajo el argumento de “es que ya se acostumbraron”. Pienso en la madre que en el almacén de prestigio va a comprar la blusa de marca para que el fin de semana la hija vaya con las amigas al cine y ella, no se ha comprado en un año ninguna prenda nueva. Pienso en los zapatos gastados del padre que camina al lado del hijo que lleva unos zapatos que brillan de nuevo.

Y pienso, ¿puede haber algo más terrible que eso? Y me respondo que sí, hay algo más terrible que eso y es que los padres cristianos lo estén haciendo.


 



Capítulo 4

La Labor Dual de la Paternidad

¿Cómo están amados padres? Espero que con lo expuesto hasta este punto y sobre todo en base a las “Reglas de Paternidad” que he compartido, tengamos ya una idea clara de cuanto podemos estar alejados o no del modelo de Dios para la paternidad y que, con la ayuda de una sincera oración estemos ya diseñando las acciones necesarias para retomar este modelo.

Lo que hasta ahora hemos aprendido, lo vamos a enriquecer mucho con este capítulo donde aprenderemos qué es lo que papá y mamá deben hacer en el proceso que hemos aprendido a llamar: “educación” pero que es, mucho más complejo que eso.

En el llamado proceso educativo, la labor que papá hace es completamente diferente a la labor que mamá hace. En consecuencia, lo que haga papá, no lo puede hacer mamá y viceversa pero, a la vez, la labor de los padres es complementaria lo que significa que, lo que hace uno, da soporte a lo que el otro hace y por supuesto, es labor conjunta, que requiere la participación de dos personas por lo que, antes de entrar de lleno al tema de este capítulo tenemos que dedicar unas palabras a los padres que están educando a sus hijos solos para que sepan como solventar la carencia de la influencia educativa del padre ausente.

Sobre el tema de la paternidad unitaria (donde solo uno de los padres educa) no ahondaremos mucho ya que este no es un libro sobre el matrimonio cristiano, sus crisis, el divorcio o el proceso de restauración matrimonial, pero, si el tema es de tu interés te ofrezco mi libro “El Reino de los Supuestos. El matrimonio cristiano, sus crisis y el extraordinario poder restaurador de Dios” completamente gratis. Solo contáctame a través de mis redes sociales y te lo hago llegar.

Los padres unitarios deben entender que, la ausencia de uno de los padres en el proceso de educación no es bíblica, no es natural y siempre provocará pendientes en la educación de un hijo, no importa cuánto se esfuerce el padre presente pero eso no implica que no pueda hacerse nada porqué el impacto negativo que provoca la ausencia del padre faltante se puede minimizar si el padre soltero vuelve una prioridad estar cerca de Dios y hacer que sus hijos crezcan en un contexto cristiano ya que esto dará a Dios la figura del padre ausente que vaya marcando el rumbo de la familia además de que, se puede usar la presencia de los abuelos para ejercer un buen complemento a la educación del padre que vive solo

Pero, para lograr lo anterior, es necesario hablar con los abuelos para que realmente complemente la labor de educación haciendo lo que el padre ausente haría y no, caer en el error más común de los abuelos que es la tolerancia excesiva y la sobreprotección de los hijos que, si los dos padres estuvieran no sería tan destructiva como puede ser cuando se involucran en la formación del hijo, pero, haciendo lo contrario, o sea, deformándolos.

Si los abuelos entienden su función y sus límites bienvenidos al proceso de educación, pero, también el padre soltero debe buscar a Dios con profundidad para determinar si será la voluntad de éste el proveerle de una nueva pareja que venga a darle mayor equilibrio a su paternidad, pero, creo que es obvio que en situaciones así, no se elige una pareja para tener a alguien que me ayude a educar, eso, es solo una parte del todo. Rehacer nuestra vida sentimental requiere de mucho tiempo de oración y conocimiento de la persona que me agrada para no cometer el error de hacer entrar a mi vida alguien que después rechazará o incluso puede llegar a abusar en cualquier sentido de nuestros hijos empeorando el ya de por si deteriorado entorno de educación que tienen con un padre soltero.

Antes de continuar, consideremos a los abuelos en nuestra:



Regla 23 de la Paternidad Cristiana:
Debo entender que, los abuelos en su mayoría se dedican a consentir a los nietos.
Consentimiento excesivo es destructivo así que tengo que limitar a este tipo de abuelos.
Proverbios 13.24

Vamos ahora a estudiar cual es la labor que ejercemos cada uno de los padres en la educación de los hijos.

La labor de mamá es educar. Si entendemos como educación el proceso de enseñar las conductas correctas, entonces, mamá es quién tiene el trabajo de enseñar a los hijos la diferencia entre las buenas y las malas conductas y, no importa que mamá tenga su trabajo secular, esta labor solo la puede hacer ella. Mamá enseña lo que es bueno y lo que es malo, ella hace entender a los hijos que conductas no son correctas delante de ciertas personas, las palabras que deben decirse en ciertos lugares y cuando se debe guardar silencio. Vital la labor de una madre al educar.

Por su parte, la labor de papá es formar. Si entendemos cómo formación el proceso para que una cosa sea adaptada para que dé el mejor resultado posible entonces, a papá le corresponde ayudar a “pulir” las imperfecciones del temperamento de los hijos para que estos se adapten lo mejor posible a su entorno. Papá ayuda a que los hijos desarrollen el sentido de su vida, sepan hacia dónde dirigirse, qué estudiar en el futuro y a qué actividad productiva orientarse. Vamos a entenderlo así: mamá ayuda a la fabricación de buenas personas y papá hace que, esas buenas personas vayan en la dirección correcta.

Con estas dos labores tenemos varios escenarios posibles. El primero es que los dos hagan la parte que les corresponde. El segundo escenario es que uno de los dos padres no haga la labor que le toca y el tercer escenario es que ninguno de los dos haga su trabajo. Veamos que pasa en cada caso.

 

SI LOS DOS HACEN BIEN SU TRABAJO

El resultado en este escenario será el tener hijos educados y formados. Hijos que sabrán qué cosas hacer y en qué momento hacer las cosas, hijos que tendrán una autoestima que difícilmente se convertirá en soberbia, que siempre mostrarán ser serviciales sin tener dudas de la vida. Hijos que se mostrarán seguros en lo que hagan y que, al menos en el contexto cristiano serán de mucha ayuda en la iglesia porque siempre serán de motivación a otros además de que en cuanto al servicio a Dios nunca dudarán de lo que quiere hacer.

 

SI UNO DE LOS DOS NO HACE BIEN SU TRABAJO

Puede pasar que mamá haga su parte, pero papá no. En ese caso, tendremos hijos educados pero no formados, tendremos varones con los que se podrá hablar de cualquier tema pero al mismo tiempo serán burlones y vulgares con las mujeres; tendremos señoritas que sabrán sonreír en su momento y hablar con amabilidad pero que no tendrán la menor idea de que quieren hacer con su vida, señoritas que no harán nada a menos que mamá resuelva los problemas y en general, tendremos hijos que solo vivirán dándole importancia al “hoy” sin que les preocupe su futuro. No tendrán interés en formar un hogar no porque les preocupe progresar en otras áreas sino porque no les interesan las responsabilidades. Piénsalo así. Si esta clase de hijos tienen una mamá que les da todo y les resuelve todo ¿Por qué tendrían que preocuparse por hacer algo? El único detalle que ésta clase de hijos no toma en cuenta es que las mamás no duran para siempre.

Ahora, veamos la condición inversa que se presenta cuando mamá no hace su parte, pero papá sí, entonces, tendremos hijos mal educados pero formados. Hijos que tienen un concepto claro de su entorno, su autoestima, su futuro o las metas de vida a lograr, pero, no saludan, no dicen: “gracias” no dicen: “por favor”. Viven como si todos estuvieran obligados a hacer lo que ellos quieran. Hijos que usan a las personas y, sobre todo a sus padres para lograr lo que ellos quieren y, por supuesto, son malagradecidos, ya que tú puedes hacer todo por ellos y sin más te harán a un lado para seguir a la persona a la que más les convenga.

 

SIN FALLAN LOS DOS PADRES

En este escenario tendremos en casa que no son educados ni formados, hijos que son una carga para todos, desde su familia hasta la propia sociedad. Es la clase de hijos que suelen llenar cárceles y centros de atención para drogadictos. Son los hijos que pueden dañar a quién sea de cualquier forma posible y que cuando enfrenten una consecuencia tendrás a su mamá detrás de ti repitiendo sin parar: “pero es que en el fondo es un buen niño”. En el caso de las mujeres criadas sin educación ni formación, estamos hablando de mujeres manipuladoras que usarán desde su cuerpo hasta sus hijos pasando por sus palabras para lograr el mayor beneficio posible de quién se los permita.

Quisiera señalar que, lo anterior, son apreciaciones generales. No pretendemos asegurar que cada condición genera las personas que hemos descrito, pero, en la mayoría de los casos tristemente este patrón se cumple.

No podemos terminar este capítulo sin atender dos cosas importantes y hacer un comentario final. Lo primero es compartir una lista de sugerencias prácticas que pueden ayudar a papá y a mamá a realizar su labor dentro de la paternidad de la mejor manera así que, vamos a empezar con mamá. Para que ella eduque correctamente debe:

·       Hacer lo posible para que los hijos siempre se acerquen al entorno cristiano

·       Constantemente señalar las cosas que pueden hacerse mejor

·       Hacer que sus hijos reflexionen el “porqué” de cada cosa que les indique

·       Asignar labores que los hijos deben hacer en casa constantemente

·       Asegurarse que estas labores sean hechas de manera eficiente

·       Estar al pendiente de cualquier influencia que pueda ser negativa en los hijos

·       Nunca solapar conductas pecaminosas de los hijos

·       Vivir una vida de obediencia ante la voluntad de Dios

·       Explicar las consecuencias de las malas acciones

·       Explicar los beneficios de las buenas acciones

Ahora, vamos con papá. Para que él forme adecuadamente debe:


·       Pasar tiempo con cada hijo de manera independiente

·       Debe explicar a sus hijos cómo son las buenas actitudes

·       Debe señalar las cosas que Dios espera de una buena persona

·       Debe mostrar que él vive una vida dentro de los límites de Dios.

·       Si algo no se hace bien, debe mostrar al hijo como debe hacerlo

·       Con sus hijas debe actuar con total honestidad

·       Con sus hijos debe enseñar el valor de cumplir con responsabilidades

·       Debe disciplinar cuando un hijo no esté actuando con orden

·       No debe expresarse denigrantemente de su esposa delante de sus hijos

·       Debe pedir disculpas a sus hijos cuando así lo amerite

Estas cosas no son las únicas, pero si son una guía que permitirá que cada padre por su cuenta encuentre otras cosas semejantes que pudiera realizar. Lo segundo que queremos comentar es que estemos pendientes de lo que nos enseña nuestra:



Regla 24 de la Paternidad Cristiana:
Como mamá, debo amar con pasión a mis hijos, pero no tolerar su pecado
Como papá debo dirigir con paciencia a mis hijos, pero no tolerar su pecado
Hebreos 12.4 

Nuestro comentario final es el siguiente. Es importante que los padres tomemos en cuenta que la labor dual de la paternidad que hemos descrito nunca termina.

Pero, es igual importante entender que, esta labor dual se debe aplicar de diferentes formas de acuerdo a la etapa que viven nuestros hijos. No podemos ejercer esta labor de la misma forma cuando están bajo nuestro cuidado en su infancia que, cuando ya están viviendo siendo ellos padres. Estás diferentes etapas en la vida de nuestros hijos las estudiaremos en los capítulos 6 al 8.



 

Capítulo 5

Amor, Estímulo y Disciplina

Sigamos amados padres conociendo el modelo de Dios para la paternidad del cual hemos visto ya mucha información toda ella, muy importante. En este capítulo veremos tres cosas que los padres debemos tomar en cuenta a la hora de ejercer la labor que nos corresponde y que aprendimos en el capítulo anterior.

Es muy necesario remarcar la importancia de entender lo que éste capítulo nos enseñará ya que, la mayoría de la información que veremos en el resto del libro asume que ya se entendieron estos tres factores, sin embargo, antes de hablar de ellos, necesitamos primero analizar un poco lo relacionado con el temperamento de nuestros hijos y, por favor, asegúrate de entender esto perfectamente y no continues hasta que no tengas ninguna duda al respecto. Hecha esta advertencia, entremos en materia.

Todas las personas (lo que obviamente incluye a nuestros hijos) tienen un carácterCarácter se le suele llamar a la forma en que alguien reacciona ante una situación y suele ser considerado como sinónimo del temperamento. Podemos pensar en el carácter de una persona como su identidad, o sea, es lo que lo define, lo que lo hace individual e independiente a las demás personas. Todos nosotros nacemos con nuestro particular temperamento y éste, tiende a ser influenciado por el entorno, por la educación, por la relación con otras personas y por otros factores. A todo esto, nuestro carácter reaccionará adaptándose a su entorno, pero nuestra identidad, nunca se perderá.

Entre los teóricos de la personalidad existen diversas opiniones sobre cuántos temperamentos existen o cómo están estos conformados. Para fines prácticos yo solo considero tres de cuya mezcla pueden identificarse sin ningún problema todos los demás.


Temperamento Colérico

Son las personas que reaccionan de manera inmediata, pueden tener muchas ideas, pero, muchas de ellas no las razonan. Por su misma impulsividad suelen destacar como líderes, pero, la misma hace que muchas de sus decisiones no sean correctas. Les falta mucho dominio propio y no se llevan muy bien con el orden, pero, en medio de un caos son capaces de encontrar algo de dirección.


Temperamento Sanguíneo

Son las personas gobernadas por las emociones así que su pasión no está en hacer como los coléricos sino en sentir lo que hace que puedan ser mucho más sensibles que otros a ciertas circunstancias y necesidades. Pero, este exceso de emociones puede terminar por nublar su entendimiento además de que, por el mismo motivo suelen abrir muy fácil su corazón y, no ante todas las personas se puede hacer eso.


 Temperamento Flemático

Son las personas del orden, de la razón. A ellos no les tienes que decir que piensen bien las cosas porque lo hacen mejor que nadie. Su pasión no es hacer, no es sentir. Su pasión es pensar lo que hace que sean excelentes organizadores, pero, en muchas ocasiones el tiempo que tienen que invertir en pensar hace que se les pasen momentos de decisión que ellos retrasan, lo que les puede provocar muchas veces consecuencias que no tienen nada de positivas

Estos son nuestros tres temperamentos fundamentales: colérico, flemático y sanguíneo. ¿Cuál eres tú? y, sobre todo, ¿Cuál es tu hijo? La respuesta a esta última pregunta nos entrega nuestra:



Regla 25 de la Paternidad Cristiana:
Como padre tengo la obligación de conocer el temperamento de mis hijos.
2 Timoteo 2.19 

Ahora, debe quedarnos claro que, todos los seres humanos tenemos ingredientes de los tres temperamentos, pero, siempre uno de ellos sobresale por encima de los otros dos. Me voy a usar como ejemplo.

Si entre los tres temperamentos se forma el 100% de mi personalidad, diría sin temor a equivocarme que soy un 45% colérico, un 35% flemático y un 20% sanguíneo, aunque considero que, mi porcentaje de flemático se está incrementando con el paso de los años. ¿Qué quiero decir con esto? Algo que quiero que se nos quede bien grabado: los porcentajes de nuestro temperamento se modifican varias veces a lo largo de nuestra vida. Eso pasa con todos, y también pasa con tus hijos. Debes estar advertido de ello ya que, si en su infancia tu hijo tenía un alto porcentaje de sanguíneo no lo puedes tratar igual cuando en la juventud ese porcentaje haya disminuido. Si lo sigues tratando igual, no se sentirá identificado contigo y, sobre todo, no responderá a la forma en que quieres influir en él.

Así que, ya tenemos como padres dos compromisos, uno, conocer el temperamento de nuestros hijos y dos, estar alerta cuando estos temperamentos cambien, pero con cambiar no quiero decir que, tu hijo colérico dejará de serlo, no, ese es su rasgo distintivo de por vida. Lo que quiero decir es que, si es un 50% colérico, en algunas etapas de su vida esto bajará a 45% o subirá a 55% pero, nunca será superado por los otros dos factores de carácter.

Para aprender a estar más alerta de cuándo esperar esos cambios de personalidad de tus hijos, te recomiendo que leas con atención los capítulos 6 al 8 donde hablamos sobre eso. Finalizaría esta parte diciendo que, como ya mencioné anteriormente tengo un estudio llamado: “Dale Balance a la Vida de tus Hijos” que con gusto te comparto si me lo solicitas a través de cualquiera de mis redes sociales. Ahí encontrarás más información de ayuda sobre lo que hemos comentado.

La información anterior nos deja ya listos para poder entender el tema central de este capítulo.

Todo el entorno familiar en el cual las madres educan y los padres forman debe estar orientado a cumplir con tres condiciones que son: amor, estímulo y disciplina. Antes de explicar qué pasa cuando estas tres condiciones fallan, vamos a definirlas primero. Por amor vamos a entender la decisión personal de que lo que somos (razón, emociones y decisiones) esté ligado a una persona en particular. No significa que se dependa de esa persona, sino que decidimos quedar ligados a ella de manera voluntaria como no lo estamos con ninguna otra.

Por estímulo vamos a entender cualquier acción que sirve para que una conducta buena se refuerce y se siga practicando y, por disciplina entenderemos cualquier acción que corrige algo que está deficiente.

Si te detienes unos minutos, podrás darte cuenta que estas tres cosas son acciones, son cosas visibles que nuestros hijos deben ver qué hacemos con ellos.  No son palabras, no son buenas intenciones, son acciones y, si en este punto consideras que el amor no cade dentro de esta categoría te puedo decir con certeza bíblica que no es así. Uno de los pasajes más famosos de la Biblia que es Juan 3.16 afirma que Dios nos amó de tal manera que, dio a su hijo. O sea, para Dios fue tan importante amarnos como demostrarnos que nos amaba así que, el amor, tiene como razón principal de ser el darse a conocer, manifestarse. La conclusión es obvia: si alguien te dice que te ama, pero nunca te lo demuestra entonces, no te ama.

Ahora quiero hacerte pensar y, para ello, necesito que tengas bien presente la información que vimos sobre los temperamentos y que contestes las siguientes preguntas:

·       ¿Cómo se le muestra amor a un hijo colérico?

·       ¿Cómo se estimula a un hijo flemático?

·       ¿Cómo se disciplina a un hijo sanguíneo?

Pero recuerda, las respuestas que estamos buscando se orientan a que podamos determinar cuáles son las acciones con las que mostramos amor, estímulo y disciplina de acuerdo al temperamento de nuestros hijos y hacer esto es lo que determinará que nuestro proceso de educación sea el mejor. Míralo en este sentido. Si no somos capaces de determinar qué temperamento tienen nuestros hijos ¿sabremos como amarlos, estimularlos y disciplinarlos? La respuesta es un rotundo no.

Así que, en este punto tenemos trabajo por delante. Es simple, pero puede llevarnos a profundas conclusiones y ese trabajo es: observa a tus hijos. Mira sus reacciones, mira cómo se comportan en presencia de otras personas y cuando están a solas. Cómo cambia su conducta cuando tú estás y cuando no estás presente. Observa a que velocidad te contestan y qué argumentos usan para responderte. Mira si son generosos y que importancia les dan a las cosas materiales. Pero, no solo eso.

¿Cómo responden a los límites que les ponen? ¿Los aceptan o se resisten? ¿Qué clase de palabras usan para hablar? ¿Qué tipo de información buscan en Internet? Pon atención a los temas que comparten contigo y aún más atención a los temas que comparten con sus amigos. ¿Por qué específicamente uno te habla de autos y otro de combinaciones de colores? Intercambia opiniones con maestros o con hermanos maduros en la fe de tu iglesia con respecto a qué observan de tus hijos y así, empezarás a tener información que te permitirá identificar mejor el temperamento de tus hijos.

Ahora, después de pensar profundamente en los puntos anteriores vamos a aplicarlos a la vida cotidiana de nuestros hijos así que, lo que sigue, es una especie de guía relámpago de las cosas que debemos hacer con nuestros hijos dependiendo el temperamento que hemos determinado que ellos tienen.

 

ESTO DEBEMOS HACER


Pensemos en el amor primero

Los hijos sanguíneos por su intensidad emocional no requieren cosas muy elaboradas para que sientan cuanto los amamos, pero, si algo les fascina es el contacto físico; por ello, se les suele llamar “kinestésicos” que se refiere al hecho de que se usa todo el cuerpo para recibir una estimulación. Los hijos sanguíneos se agradan de abrazos y besos, palabras de aliento, miradas cargadas de cariño y cosas semejantes a estas, pero, no les gusta que todo este amor sea programado, o sea, les agrada que sea espontáneo, que no parezca que lo planeamos ya que, si lo hacemos como planeado eso los incomoda con mucha facilidad.

Vamos ahora con los flemáticos, los amantes del “orden”. Si quieres que sepan que los amas, considera que ellos son “auditivos” en el sentido de que lo escuchen los impacta mucho más que lo que ven así que, habla mucho con ellos, repite con constancia que los amas, pero hazlo de distintas formas, no usando siempre los mismos métodos porque a la larga eso les desagrada. Interésate en lo que hacen. Siéntate a platicar con ellos cuando estén haciendo la tarea o viendo una película, eso les hace sentir más amor del que tú te imaginas.

Finalicemos con los coléricos, los hijos de “acción”. Ellos responden mejor a lo que ven así que, llamémosles visuales. Si quieres que sientan tu amor, haz que lo vean, que ellos puedan ubicar fácilmente con su vista las cosas que haces en su favor: el hijo colérico reniega de la nota de cariño en su cuaderno de la escuela, pero, sin decir nada, la valorará mucho. Los coléricos siempre estarán pendientes de lo que haces así que, trata de que tus acciones les hagan saber lo que sientes por ellos.


Vamos a pensar ahora en el estímulo

Un hijo sanguíneo se siente estimulado cuando le das algo de las cosas que realmente le gustan así que, con este tipo de hijos debes estar al tanto de cuales con las cosas que más aprecian porque eso es lo que mejor recibirán.

Los hijos flemáticos por su parte, se sienten estimulados cuando les das o haces algo por ellos que les mueva a reflexionar, por ejemplo, si les gusta un tipo de ropa especial, llévalo a que se pruebe toda la que quiera y acepta con paciencia e incluso involúcrate en hacerle pensar cómo se vería mejor con ella. Y, en cuanto los hijos coléricos, simplemente dales algo que ellos puedan emplear para las cosas que más les gusta hacer. Si les gusta un deporte, más que el hecho jugar con ellos, valorarán el que les des lo necesario para que ellos jueguen cuando deseen con quién deseen hacerlo.


Vamos a pensar en la disciplina

Para corregir lo deficiente en un hijo sanguíneo, basta con ejercer autoridad y firmeza para que acepten lo que se les está imponiendo. A los hijos flemáticos, no solo les digas cual es la disciplina, explica con cierto detalle que es lo que esperas lograr de ellos; no tienes que decirles cual fue su conducta equivocada, o sea el motivo de la disciplina porque ellos los saben, pero los coléricos no. A éstos, de una manera muy concisa (no les gustan las charlas largas) explícales qué disciplina impondrás, pero, indicando claramente cuál es su responsabilidad en ella y, déjales bien en claro que, aunque te aseguren que han aprendido la lección tendrás que disciplinar.

Después de esta pequeña guía relámpago dejemos que nos haga pensar más nuestra:



Regla 26 de la Paternidad Cristiana:
Como padre no puedo cometer el error de creer que ya sé todo sobre mis hijos.
Cada día debo aprender más y más sobre ellos
Proverbios 3.7

Qué complicado es tratar un tema tan profundo de una manera tan superficial por lo que, de creyente a creyente te recomiendo que busques a Dios profundamente en oración para que por medio de la dirección de su Espíritu te muestre la acción correcta de amor, de estímulo o disciplina que debas de ejercer porque, cada situación es diferente y cada hijo tiene sus detalles propios así que, en esto, lo siento, pero no hay una “receta” de cosas que puedas hacer siempre. Cada situación ameritará una toma de decisiones distinta.

En este punto, quiero comentar los dos errores que más frecuentemente aparecen en los procesos de consejería a padres cuando se analizan las acciones de formación y educación que realizan en la vida de sus hijos.

El primer error es que, si tenemos más de un hijo queremos ejercer nuestras acciones para uno de ellos en presencia de los demás. Me explico. Si pensamos en disciplina, es obvio que a un hijo colérico le debes mostrar una mayor firmeza que a un hijo sanguíneo que responderá mucho más rápido a tus acciones. El error radica en el hecho de que, disciplines al sanguíneo en presencia del colérico ya que, cuanto este tenga oportunidad te dirá cosas como: “A mi hermano lo consientes más” o “¿Por qué no le dices a mi hermana lo mismo que a mí me dijiste?”. Recuerda. Un hijo tenderá a ser egoísta en la mayoría de los casos por lo que, no dudará en acusarte de “injusto” si con eso logra ganar alguna ventaja.

Mientras tus hijos no tengan a sus propios hijos, nunca entenderán la necesidad de que como padres los tratemos de acuerdo a su particular temperamento por eso, la recomendación es que, cuando vayas sobre todo a estimular o disciplinar, trata de hacerlo solo con el hijo involucrado. Dense su tiempo como padres, llévenlo a cenar algo solo a él o sal a caminar solo con ella donde puedas tratar el asunto que requieras y deja que sea tu hijo quién lo platique con sus hermanos para que, en lugar de fomentar el partidismo, ellos como hermanos vean que se necesitan unos a otros para resolver un problema. Esto los unirá más mientras que, si no sigues este consejo, harás que se empiece a crear una separación emocional entre ellos.

El segundo error es confundir estimulación con disciplina. Esto, es más frecuente de lo que crees. Imagina que tienes un hijo que está siendo irresponsable con su rendimiento en la escuela, o sea, está haciendo algo deficiente y, de acuerdo a lo expuesto, requiere disciplina ¿no es así? Y entonces tu vienes con esa hija y le dices: “Oye amor, si sacas el ciclo escolar con buenas calificaciones te voy a dar un nuevo teléfono”. Terrible error, en verdad terrible porque quieres resolver el problema con estímulo y recuerda, esto se hace cuando hay una buena conducta que se desea reforzar y en nuestro ejemplo, no existe ninguna buena conducta. No lograrás nada bueno con esa estrategia e incluso podrás llegar a formar en tus hijos la equivocada idea de que tú estás obligado a dar algo para que ellos hagan las cosas y, la vida no es así.

Algún día trabajarán en algún lado o por su cuenta y nadie les va a dar nada sin esfuerzo así que, no los eduques para creer que merecen ser siempre premiados. Tómalo en cuenta y como este detalle créeme, es más importante de lo que crees, te dejo aquí nuestra:



Regla 27 de la Paternidad Cristiana:
Aunque no me guste, cuando haya algo deficiente en mis hijos, tengo que disciplinarlos. No hay otra forma de resolver sus malas conductas.
Proverbios 13.24

 

ESTO NO DEBEMOS HACER

Vamos ahora a aprender lo que sucede cuando alguna de nuestras tres acciones de educación y formación no se aplican de la manera adecuada. Si consideramos que estas tres acciones ofrecen equilibrio y ese equilibrio lo representamos con un porcentaje de 100% entonces, deberíamos aplicar aproximadamente un 33% de amor, un 33% de estímulo y un 33% de disciplina todo el tiempo de la vida de nuestros hijos variando solo la forma de aplicarlos de acuerdo a los cambios de temperamento propios en cada etapa de su vida.

Para aprenderlo lo mejor posible vamos a analizar lo que pasa cuando hay un exceso o un defecto de cada una de estas condiciones. En cada caso, indicaremos de la manera más concisa posible que problemas originan estas condiciones en el temperamento de nuestros hijos, pero también indicaremos medidas prácticas para corregir el daño que se haya o se esté cometiendo.

Otra cosa a considerar es que la lista de problemas que indicaremos que provoca la falla de aplicación de nuestras tres diferentes acciones es una lista general, lo que no quiere decir que todas las cosas de la lista las manifestarán tus hijos. Ellos solo manifestarán las que sean de acuerdo a su temperamento así que dedica unos minutos a pensar cuales cosas de la lista serán las que detectarás en tus hijos y, agrego una nota más.

Cada cosa que hacemos mal con el estímulo, amor o disciplina provocará “deformaciones” en el temperamento de nuestros hijos. En muchos materiales relacionados con este tema, estas deformaciones reciben el nombre de “patologías” así que, con ese calificativo puedes buscar más información.

Para cada condición solo mencionaremos cinco patologías para no hacer demasiado extenso este capítulo, pero, recuerda que a través de Internet puedes ponerte en contacto conmigo para solicitar más información sobre el tema que te interese.

 

Cuando vivimos con exceso de amor

Cuando a nuestros hijos, les mostramos con palabras y acciones que son la parte más importante de nuestra vida, que nos preocupa que ellos sean felices sin que mostremos interés en que nuestra pareja sea feliz, cuando corremos desesperados a resolver cualquiera de sus problemas aún incluso más rápido de lo que corremos a cultivar nuestra relación con Dios, entonces, nuestros hijos pueden desarrollar las siguientes patologías:

1.    Desprecio

2.    Insensibilidad

3.    Abuso

4.    Intolerancia

5.    Rechazo

Hijos con un exceso de amor en sus vidas lo manifiesten o no, nos despreciarán porque con amor excesivo les hacemos creer que somos inferiores a ellos. Es decir, personas que solamente estamos a su servicio, esto los volverá insensibles hacia nosotros como padres lo que significa que, no sentirán ningún apego emocional profundo por nosotros. No les importará nada de lo que nos pase lo que los volverá abusivos; esto significa que, solamente nos buscarán para obtener de nosotros algo que necesiten y lo harán una y otra vez porque claro, siempre obtendrán lo que desean eso, los hará intolerantes hacia nosotros y, sin dudarlo nos tratarán como alguien que les molesta y de hecho, es así, les molesta como hablamos, qué les decimos, la forma en que tratamos de intercenir en sus vidas e incluso, que nuestra presencia les desagrada lo que lleva al rechazo donde abiertamente nos desplazarán de su vida e impedirán que nosotros como padres estemos relacionados con su círculo social más cercano e incluso, evitarán hablar de nosotros con sus amigos o hasta inventarán historias donde por supuesto, nosotros no aparecemos.

En el área espiritual es obvio que un hijo con exceso de amor siempre se sentirá por encima de todos lo que también, incluye a Dios así que, Dios siempre será una molestia, una carga, algo que no quieren porque creen que no lo necesitan así que por sí solos nunca cultivarán su relación con Dios de ninguna manera posible.

 

Cosas que podemos hacer para corregir esto

1.    Decirles a nuestros hijos claramente que les hemos consentido demasiado

2.    Limitar las cosas que hacemos por ellos sin que importen sus reacciones

3.    Disciplinar cuando hagan algo como rechazo a los cambios que hagamos

4.    No participar de ninguna cosa pecaminosa que se atrevan a hacer

5.    Orar permanentemente para que Dios quebrante su soberbia

6.    No intentar librarlos de las consecuencias de sus acciones

7.    Enseñarles constantemente que el amor no solo se demuestra dando algo

8.    Disciplinar ante cualquier falta de respeto que manifiesten hacia mí

9.    Condicionar cualquier ayuda material que me soliciten

10. Demandarles que, por encima de todo, recuperen su relación con Dios

 

Cuando vivimos con carencia de amor

Cuando a nuestros hijos no les manifestamos el nivel adecuado de amor, cuando no pueden darse cuenta lo importante que son para nuestra vida, cuando vivimos demostrando con hechos que si ellos no estuvieran con nosotros las cosas serían exactamente iguales. En resumen, cuando les hacemos sentir que su vida no tiene valor alguno, pueden desarrollar las siguientes patologías:


1.    Impulsividad

2.    Rebeldía

3.    Introversión

4.    Rencor

5.    Inseguridad

 

Los hijos que no reciben el amor necesario se vuelven impulsivos lo que implica que no meditarán sus decisiones, las tomarán de prisa solo para poder demostrarse a ellos mismos que son valiosos lo que los puede llevar a terribles consecuencias, como iniciar relaciones amorosas con personas que abusarán de ellos, los usarán y los maltratarán lo que aceptarán solo para tener un poco del cariño que nosotros nunca les dimos. Ésto, se relaciona con la rebeldía, con acciones que vayan en contra de cualquier cosa que nosotros les manifestemos no porque lo que crean es mejor, simplemente para con el rechazo a nuestras ideas, tomar un poco de venganza por el dolor que sienten ante el poco valor que les hemos demostrado que tienen en nuestra vida y, muchas de estas cosas ni siquiera las manifestarán. O sea, se volverán introvertidos, crearán un entorno cerrado a nosotros y a cualquier persona. Veremos que no interactúan, no hablan, no se relacionan profundamente porque, en el fondo desean evitar que se les vuelva a lastimar, pero, con toda seguridad en su corazón sentirán rencor un profundo sentimiento de enojo, de ira hacia nosotros porque somos la expresión de lo que los ha lastimado y en muchas decisiones se mostrarán inseguros. Si el amor es un fundamento para atrevernos a hacer cosas mayores por la certeza de saber que tenemos un respaldo, imagina a tus hijos como adultos viviendo vidas mediocres por no atreverse a alcanzar cosas mejores simplemente porque en su interior no sienten que nadie esté ahí para ellos 

En el área espiritual, esta clase de hijos, aunque no rechazan a Dios, les costará mucho trabajo cultivar con Él relaciones profundas. Si no tienen una imagen de amor a su alrededor, no serán capaces de concebir a Dios como aquel que puede sostenerles por lo que, vivirán intentando cosas en sus propias fuerzas, pero siempre con el vacío de saber que Dios puede tener las respuestas, pero no sintiendo la iniciativa para comprometerse con Él.

 

Cosas que podemos hacer para corregir esto

1.    Pedir perdón a Dios por no estar amando como hemos sido amados por Él

2.    Pedirle perdón a nuestros hijos por el desprecio que les hemos mostrado

3.    Buscar espacios de tiempo para convivir informalmente con nuestros hijos

4.    Estudiar la Biblia con ellos para reconocer lo que debo hacer

5.    Orar para que Dios nos ayude a recuperar la confianza de nuestros hijos

6.    Por lo menos una vez al día manifestarles el amor que les tenemos

7.    Alentarles a hablar de su vida sin que corrijamos o critiquemos al momento

8.    Incluirlos en cualquier plan de cosas que la familia realizará

9.    Atrevernos a hacer alguna vez lo que ellos están sugiriendo

10. Enseñarles que, el fracaso es parte del aprendizaje para ser mejores

 

Cerremos la temática del amor con nuestra:



Regla 28 de la Paternidad Cristiana:
Amar a mis hijos nunca será malo, Permitir que mi amor me lleve a tolerar sus hábitos pecaminosos, es terrible.
1 Timoteo 5.22 

Que se complementa perfectamente con la:



Regla 29 de la Paternidad Cristiana:
Si voy a cometer el error de darlo todo por mis hijos porque, según yo, así es como ama Dios recuerda que, entonces tus hijos deben ser como Cristo para que entonces tengas la razón al hacerlo.
Proverbios 17.13 TLA

 

Cuando vivimos con exceso de estímulo

Cuando a nuestros hijos les damos todo el tiempo cosas sin que medie esfuerzo alguno para conseguirlo, cuando voy al almacén y compro un juguete por el cumpleaños de uno de mis hijos pero tengo que llevarle un juguete al otro hijo que no cumple años porque “se enoja”, cuando tienen una emoción desmedida cuando van a recibir algo y la misma emoción no la manifiestan a la hora de interactuar con nosotros, cuando lo que les damos les importa más que nuestra presencia, estamos estimulando en exceso y eso puede provocar en ellos las siguientes patologías:

 

1.    Materialismo

2.    Insatisfacción

3.    Exigencia

4.    Explosividad

5.    Envidia

 

Hijos sobreestimulados se vuelven materialistas muy rápidamente, solo les importan las cosas que pueden tocarse y, lo que no se puede romper como los valores de los que ya hemos hablado en la introducción nunca llamarán su atención y como están recibiendo todo el tiempo eso les volverá personas insatisfechas porque siempre querrán un siguiente mejor estímulo; mientras los armarios se llenan de cosas que solo usaron a medias y estos nuevos mejores estímulos no los van a pedir, los van a exigir ya que para ellos es una obligación que les entreguemos algo. Y, por cierto. No les importara en lo más mínimo lo que tengamos que hacer para conseguirlo pues. su vida se va en pedir como la sanguijuela del libro de Proverbios (Proverbios 30.15) eso los volverá personas explosivas que a la menor provocación responderán con agresividad e ira incluso cuando ya sean personas adultas y, además, todo el tiempo se la pasarán comparando lo que tienen con lo que otros tienen por lo que serán personas envidiosas que siempre buscarán tener no para buscar la prosperidad de Dios sino para superar a la persona que tienen al lado.

En el área espiritual, siempre irán a las iglesias como “si le hicieran un favor a Dios” porque, por supuesto, en su lógica piensan que si Dios los quiere cerca tendrá que hacer algo especial o sea “llegar a su precio” porque recuerden, ellos lo merecen todo. Sentirán necesidad de servir a Dios, pero nunca darán ese paso para atreverse a hacerlo por estar esperando a que las condiciones sean “las que ellos necesiten” así que, nunca esperemos de ellos ningún sacrificio y si algún hábito tendrán desarrollado será faltar a la iglesia  por cualquier pretexto ya que siempre sus necesidades serán más importantes que la obediencia a Dios.

 

Cosas que podemos hacer para corregir esto:

1.    Los estímulos los debemos dar, pero cuando no lo esperen nuestros hijos

2.    Deben presenciar cuando ayudemos materialmente a alguien

3.    Deben presenciar cuando lo que no usen lo demos a alguien necesitado

4.    Debemos condicionar los estímulos a cambio de algo que ellos hagan

5.    Debemos ponerles tareas que, de cumplirlas, hará que les demos algo

6.    Si tienen algún logro siempre felicitemos emocionalmente primero

7.    Hablemos de la necesidad de ser responsables con nuestra vida

8.    Enseñemos que, en la vida, no siempre se recibe bien por bien

9.    Expliquemos que, en la vida, los estímulos no aparecen a la menor provocación

10. Enseñemos a nuestros hijos a practicar la generosidad

 

Cuando vivimos con carencia de estímulos

Cuando nuestros hijos no reciben de parte nuestra la fuerza para continuar haciendo las cosas que hacen bien, cuando pierden la seguridad de que valga la pena hacer algo por no tener la idea del “para qué” hacen las cosas, entonces, seguramente, nuestros hijos estarán desarrollando las siguientes patologías:

 

1.    Inseguridad

2.    Dependencia

3.    Mediocridad

4.    Fracaso

5.    Debilidad

 

Cuando nuestros hijos no tienen el mínimo necesario de estimulación se volverán personas inseguras que siempre dudarán sobre lo que hacen o sobre lo que son y, por esa necesidad de saber que lo que hacen es valioso para alguien, se volverán dependientes, no podrán hacer nada a menos que estén ahí las personas que los impulsan hacia adelante y nunca podrán enfrentar la vida y resolver conflictos porque mejor harán lo que diga la persona de la que dependen la que casi siempre, termina aprovechándose de esto. Lo anterior los conducirá a la mediocridad, a un ritmo de vida donde siempre estarán emprendiendo cosas y nunca logrando que ninguna llegue a feliz término y en lugar de alcanzar una meta, correrán hacia veinte metas diferentes sin nunca alcanzar lograr ninguna lo que les creará pensamientos de fracaso asi que todo lo que inicien lo harán pensando por anticipado que fallarán porque en el fondo son personas con una fuerte debilidad emocional o baja autoestima que siempre se considerarán inferiores a otros, carentes de valor y, por supuesto estarán convencidos que no merecen que les vaya bien, no merecen ser felices.

En el aspecto espiritual siempre tendrán relaciones superficiales con Dios no porque no lo amen sino porque nunca se considerarán dignos de estar a la altura de su amor y, si en tu mente te crees que no eres lo suficientemente bueno para recibir gracia, prosperidad y bendiciones, entonces eres malo así que, lo más normal es que te portes como persona mala y entonces, personas así siempre vivirán en pecado porque nunca creerán que en Dios tienen el poder para derrotarse a sí mismos y vivir vidas de victoria.

 

Cosas que podemos hacer para corregir esto:

1.    Hablemos a nuestros hijos constantemente de las cualidades que vemos en ellos

2.    Siempre hagamos lo posible por estar presentes en cualquier logro que alcancen

3.    Siempre debemos decirles que los apoyaremos en todo, pero deberán terminarlo

4.    Si vemos que algo les cuesta trabajo estimulemos cuando lo logren

5.    Oremos por ellos, pero que escuchen esas oraciones

6.    Platiquemos constantemente de las cosas buenas que trajeron a nuestras vidas

7.    Hablemos de la gracia de Dios que perdona cualquier pecado

8.    Identifiquemos sus fortalezas y constantemente hablemos de ellas

9.    Preparémoslos para el triunfo, pero, sobre todo, para el fracaso

10. En público hablemos de sus virtudes, en privado, de sus errores

 

El tema del estímulo cierra con nuestra:



Regla 30 de la Paternidad Cristiana:
Debo enseñar a mis hijos que como padres me deben de amar por cómo soy y no por lo que les doy, porque, después de todo, así es como Dios quiere que lo amemos.
Job 13.15 

Pero el tema del estímulo hay más cosas que aprender y por eso, considera nuestra:



Regla 31 de la Paternidad Cristiana:
Nunca debo olvidar que, el estímulo es como darles alas a mis hijos para su vida futura; los hijos que viven arrastrándose en el suelo, carecieron de estímulo.
Proverbios 13.4

 

Cuando vivimos con exceso de disciplina

Como hemos entendido, la disciplina corrige lo deficiente y lo hace colocando límites a nuestra conducta para que esta no termine por destruirnos ya que cualquier cosa que hagamos donde Dios no esté incluido, siempre tendrá terribles consecuencias. Pero, cuando los límites son excesivos, se convierten en una cerca que cada vez se cierra más en torno a nosotros o, en este caso, en torno a nuestros hijos y, cuando ellos sienten que las barreras no los dejan de presionar, reaccionarán como personas acorraladas manifestando las siguientes patologías:

 

1.    Críticas

2.    Rebeldía

3.    Rencor

4.    Ira

5.    Impulsividad

 

Cuando disciplinamos como forma de vida y no como herramienta de educación y formación, es como si dijéramos a nuestros hijos: “tienes que cumplir con todos estos límites” así que ellos, empezarán a observar si nosotros los cumplimos y si queremos limitar el tiempo que pasan en su teléfono celular comenzarán a contar cuanto tiempo lo usamos nosotros y entonces, se volverán críticos con lo que hacemos y buscarán la forma de que sepamos su inconformidad. Si nosotros les ordenamos, pero no lo hacemos, desataremos su rebeldía así que, buscarán con detalle cuales son las cosas que más nos molestan y las repetirán una y otra vez y por nosotros solo sentirán rencor hacia lo que somos y lo que representamos, así que empezarán a coleccionar las cosas que les molestan de nosotros y por cada una abrirán una cuenta pendiente así que, en su mente, nosotros tenemos una gran deuda con ellos. Y como no hacemos nada para pagarla, vivirán molestos y en condición de ira hacia nosotros y, siendo la ira lo contrario al amor, emocionalmente se desconectarán de nosotros porque nosotros no les representamos nada por lo que valga la pena luchar y, eso, les volverá impulsivos ya que tomarán sus decisiones solo por el motivo de molestarnos a pesar de que ellos sepan que, lo que van a decidir puede traerles consecuencias, Cuando quieran recomponer su vida ya estarán sepultados por un mar de problemas que les puede hacer infelices por muchos años.

En al área espiritual, al vivir con un exceso de disciplina, nuestros hijos no sentirán ninguna necesidad de acercarse a Dios ya que, aquellos que se supone que les debemos mostrar el carácter de Dios les mostramos que Dios es limitante, que lo único que quiere es controlarnos y darnos una larga lista de cosas que no debemos hacer.

Para ellos Dios es alguien que castiga sin sentido. Este rechazo por Dios les convencerá que los mandatos de Dios son prohibiciones cosas que los limitan, que son una extensión de la excesiva disciplina que les imponemos y no entenderán que, en realidad, estos mandatos son prevenciones, cosas que les evitarán daño, pero, no sentirán deseos de ser protegidos porque la protección que les hemos mostrado es una protección que lo único que ha hecho es lastimarlos.

 

Cosas que podemos hacer para corregir esto:

1.    Disciplinemos cuando nuestros hijos rompan las reglas de Dios no las nuestras

2.    Nunca disciplinemos cuando estemos en condición de ira

3.    Disciplinemos siempre en función del temperamento de nuestros hijos

4.    No hagamos con nuestros hijos lo que no nos gusta que nos hagan a nosotros

5.    Dialoguemos primero, si esto no resuelve las cosas entonces, puedo disciplinar

6.    Si disciplino con exceso debo pedir perdón a Dios

7.    Si hemos disciplinado excesivamente, debemos pedir perdón a nuestros hijos

8.    Una vez pedido perdón pidamos a Dios mucho dominio propio

9.    No podemos reaccionar con ira cuando ellos hagan algo que requiera disciplina

10. Después de disciplinar oremos con ellos por lo que acaba de pasar

 

Cuando vivimos con carencia de disciplina

Si bien el exceso de disciplina ejerce una presión mala sobre nuestra personalidad hasta deformarla, la falta de disciplina también provoca el mismo efecto. Con el siguiente ejemplo lo podremos entender mejor. Nuestros hijos deben aprender a detenerse porque están delante de algo muy peligroso, pero, no les hemos puesto límites que les hayan enseñado a detenerse. ¿Qué es lo que puede pasar? Simple. Nunca se detendrán y chocarán de frente con aquello que tanto les quisimos evitar. Eso, consecuencias devastadoras, será tal vez lo único que logre que paren su enloquecida carrera y vivir así, sin nada que me limite puede provocar las siguientes patologías:

 

1.    Autoindulgencia

2.    Soberbia

3.    Maldad

4.    Hedonismo

5.    Desagradecimiento

 

Si no ponemos límites a nuestros hijos ellos, por conveniencia, nunca se los pondrán. Esto los volverá autoindulgentes lo que quiere decir que, a conveniencia, ignorarán cualquier barrera moral para poder hacer lo que ellos quieran sin que sientan remordimiento alguno por ello.

Esto, es el reflejo de una mente soberbia que se siente por encima del resto, que puede tratar a los demás como le plazca en cualquier sentido. Piensan que las personas son objetos para su uso lo que puede derivar en maldad porque, si no me limito para aprovecharme de alguien, no me limitaré para disfrutar el daño que provoco esto, es hedonismo, la búsqueda de placer por cualquier medio incluso lastimando a los demás porque, recuerda, en la mente de hijos así ellos son los que van primero porque a ellos les hiciste entender que existen los límites.

Personas con estas características son desagradecidas, no reconocerán el esfuerzo que como padres hagamos para ayudarles, sostenerles o impulsarles porque su cabeza les dice que todos tenemos la obligación de hacer lo que ellos necesiten. ¡Qué triste es pensar que existan padres viviendo con esta clase de hijos!

En cuanto a la vida espiritual de esta clase de hijos, ¿cómo creemos que traten a Dios personas que siempre han hecho lo que quieren? Es bastante obvio, ¿no es así? Serán personas con un corazón profundamente endurecido que no responderán a ningún estímulo para que se acerquen a Dios ya que a éste lo consideran algo sin valor. Quieren un Dios a su servicio, pero, más tarde o más temprano, descubrirán que la Biblia presenta a un Dios Soberano, que nunca va a doblegarse ante sus caprichos por lo que, se alejarán de Dios a la menos provocación. En estos casos, las oraciones de padres con hijos así, deben ser pidiendo a Dios como hizo Habacuc que pidió que, en la ira, Dios se acordara de la misericordia (Habacuc 3.2) porque una acción contundente de Dios suele ser lo único que hace reaccionar a esta clase de hijos.

 

Cosas que podemos hacer para corregir esto:

1.    No debo permitir ninguna falta de respeto a mi persona de parte de mis hijos

2.    Mi labor se debe centrar en confrontarlos con sus pecados

3.    No debo participar en ningún pecado que ellos quieran practicar

4.    Debo iniciar un proceso gradual de establecer disciplinas en el hogar

5.    Debo entender que, una solución puede ser la emancipación

6.    Debo pedir perdón a Dios por mi falta de carácter ante mis hijos

7.    Debo pedir perdón a Dios porque he sentado a mis hijos en el trono de mi vida

8.    No debo ceder ante nada cuando decrete alguna disciplina

9.    Si fijo un límite este debe ser total e inamovible

10. No puedo cancelar una disciplina que haya decretado mi esposo o esposa


Listo, hemos llegado al final de este capítulo, pero, seguramente, encontraste muchas ideas que no consideras que, se expusieron detalladamente como lo que implica la “emancipación” que escribí en uno de los puntos anteriores. Pero, tranquilos, todos se irá viendo más claramente en los siguientes capítulos que serán un excelente complemento para lo que hemos visto hasta este punto. No te los pierdas o te quedarás con la información a medias.

Y, antes de avanzar al siguiente capítulo, no olvides nuestra:



Regla 32 de la Paternidad Cristiana:
Debo imaginar que la disciplina es como el horno de un alfarero. El calor preciso, da la dureza necesaria al corazón de mis hijos. El calor excesivo los parte en mil pedazos.
Efesios 6.4

 

 

 



Capítulo 6

Las Tres Etapas de la Infancia

Estoy seguro que hasta este punto, “El Castillo de las Princesas” nos ha dado ya la explicación del por qué muchas cosas no marchan bien con nuestros hijos y, en este momento ya tenemos seguramente una idea de todas las cosas que el modelo de Dios para la paternidad incluye. Es claro que, la paternidad es mucho pero mucho más que simplemente tener hijos y llevarlos a la iglesia.

Y, por cierto, aclaremos algo con respecto a la iglesia.

Las congregaciones cristianas son un espacio donde se comunican valores espirituales a nuestros hijos, pero, la educación y formación esa, solo se da en el hogar. Si eres un mal padre y crees que, llevando a tus hijos a la iglesia automáticamente se van a “portar bien” estás equivocado. Lo que aprendan en la iglesia lo primero que harán será ver si tú lo estás haciendo y, si en algo fallas, harás más grande el desastre que es su vida. No pierdas esto de vista.

En este capítulo vamos a iniciar el análisis del desarrollo del temperamento de nuestros hijos conforme se presenta su crecimiento físico y madurez mental. Espero que esta guía de cada una de las etapas de desarrollo de un ser humano nos muestre mayores detalles de cómo debo actuar con mis hijos con las acciones que hemos visto en los capítulos anteriores.

Vamos a iniciar conociendo las tres etapas de la infancia de nuestros hijos. Estas tres etapas abarcan desde su nacimiento hasta los doce años de edad y estarían divididas así: la etapa de lactancia, desde su nacimiento hasta los dos años de edad, la etapa de explosividad de los dos a los cuatro años y la etapa de definición de los cuatro a los doce años. Los años en los que se presentan estas etapas suelen ser muy variables de un hijo a otro así que, cada padre deberá hacer los ajustes convenientes de acuerdo a su particular situación.

 

La etapa de lactancia

En esta etapa, los niños han llegado al entorno familiar y viven su particular proceso de adaptación a él. Por su condición de lactantes, cada uno de ellos requiere un tiempo excepcional de atención de parte de los padres o de las personas que los cuidan ya que dependen completamente de la protección, alimentación y hábitos de higiene que se les den para que su desarrollo se lleve a cabo de la mejor manera posible. Esto, es una necesidad, pero, conlleva un gran riesgo.

¿De qué riesgo hablamos? Alrededor de un año de edad cuando los niños empiezan a caminar, ya se identifican como personas independientes a las demás que hay a su alrededor y, como han vivido con atenciones permanentes que se les suelen dar de inmediato, se acostumbran a ello y no van a renunciar tan fácilmente a ese lugar de privilegio que tienen, por lo que inconscientemente iniciarán una lucha por tomar el control del hogar, o sea, que todo gire en torno a ellos.

Cuando cumplan un año y medio, ya serán plenamente conscientes del efecto que provocan en cada una de las personas que se mueven a su alrededor por lo que, ya saben a quién pedir ayuda o a quién llorarle para obtener lo que desea así que, por nada del mundo olvides que, si en esta etapa ellos toman el control de la casa, lo vas a lamentar y muy seriamente.

Por todos lados se puede ver a padres que, ya han cedido el control de sus vidas a personas de dos años de edad y, al ceder el control, estos padres pierden la posibilidad de influir de la mejor manera en sus hijos.

Al año y medio de edad, ya es necesario que empieces a poner límites. No les puedes dar todo lo que te pidan, no accedas a todos sus deseos ni hagas todo lo que ellos quieran.

Los padres deben platicar qué cosas no van a permitir a sus hijos y, lo que decidan al respecto por ningún motivo lo pueden romper. Si papá hace algo con los hijos en lo que mamá no está de acuerdo, aconsejo que mamá no diga nada y, a la inversa, papá debe guardar silencio. Cuando ya estén solos y sus hijos no estén escuchando, pídanse cuentas y expresen sus motivos, pero, por nada del mundo sus hijos deben darse cuenta que, tienen una opinión diferente entre ustedes porque siempre intentarán protegerse o aprovecharse del padre que ellos detecten que es más vulnerable a sus chantajes. Recuerda, hacia los dos años, hacer eso, aprovecharse de las emociones de sus padres para tener el control, los hijos ya lo saben hacer perfectamente.

Hacia el final de la etapa de lactancia aún es muy complicado determinar cuál es su temperamento dominante. Podemos verlos con arranques de carácter que nos hacen pensar que son coléricos, pero, esto puede no ser cierto ya que tienen que pasar por la etapa de explosividad para que esto se defina mejor.

Es muy recomendable que, en esta etapa, propiciemos el desarrollo motor de nuestros hijos, o sea, les ayudemos a que todo su cuerpo se desarrolle adecuadamente y esto, lo podemos lograr involucrándolos en actividades de carácter físico. Es muy útil en esta esta etapa llevarlos a parques o jugar físicamente con ellos en casa. Si, sé que pensarás que, ya tienes suficientes complicaciones en tu vida como para, cansado del trabajo, tener que ponerte a jugar con ellos, pero, por si nadie te lo ha dicho, tus hijos requieren tiempo y no importa en qué horario se los des, pero debes darlo y esto es una recomendación para papá y mamá por igual porque, recuerden, la labor de cada uno de ustedes es diferente.

En la etapa de lactancia, como padres, no debemos preocuparnos mucho del tipo de juegos o juguetes que usemos con nuestros hijos, debido a su corta edad, todo lo que hagamos con ellos será estimulación de sus sentidos.

Pero, por favor, no confundas estimulación de sus sentidos con las prácticas de estimulación que educan y forman de las que hablamos en el capítulo anterior y esa, la estimulación de los sentidos siempre será buena. En esta etapa, nuestros hijos aún no han llegado a la edad de entender su posición social o el desarrollo de su identidad sexual por lo que, nada de lo que hagamos les afectará en estos sentidos.

Y, para que tener presente una de las cosas más importantes de la etapa de la lactancia toma en cuenta nuestra:



Regla 33 de la Paternidad Cristiana:
No debo olvidar que, a partir del año y medio de vida de mis hijos ya tengo
que empezar a poner límites.
Proverbios 19.18 

En cuanto a los hábitos cristianos, hacia el final de la etapa de lactancia es importante que se ore en las comidas para que se acostumbren a esto y orar por las noches antes de que se duerman. Obviamente nuestros hijos no entienden lo que se ora, pero, la modulación de la voz y el volumen de la misma que usemos les empezará a acostumbrar a que el momento de entrar en comunión con Dios debe ser especial.

A esta edad, se torna complicado hacer devocionales o tener estudios bíblicos con ellos porque, nuestros hijos, tienen una atención que se dispersa con mucha facilidad, o sea, no pueden concentrarse mucho tiempo en algo específico. En promedio, en la primera infancia, su atención apenas va entre los 4 a 6 minutos a menos que, lo que hagamos con ellos los mueva mucho y usemos cosas cargadas de color lo que puede aumentar su atención un par de minutos más.

 

La etapa de explosividad

Una vez que la primera lactancia terminó nuestros hijos llegan alrededor de los dos años a la etapa de explosividad. Seguramente hemos escuchado que, mucha gente se refiere a esta etapa como “los terribles dos” porque, según la superstición popular los niños se vuelven “incontrolables”. Esto, es algo que no es verdad en ningún sentido. No existen los “terribles dos” ni los niños “incontrolables” a menos que tengan algún daño cerebral que requiera atención médica profesional.

Entonces. ¿Qué es lo que pasa en esta etapa?

Califico a esta etapa como “explosiva” porque los niños explotan sus emociones y su temperamento en desarrollo sin ninguna clase de límite. Lo que sienten, lo que quieren, lo que necesitan lo reclaman de la manera más abierta posible así que, si algo no les agrada, explotarán en una actitud de berrinche sin control para poder alejarse de lo que no quieren y obtener lo que desean.

A esta etapa de desarrollo la llamo así porque, es la etapa donde los niños simplemente explotan sus emociones, las manifiestan abiertamente y sin limitarse en ningún sentido.

Si quieren obtener algo explotan en una actitud de ira abierta sin que les importe nada más. Si algo les resulta desagradable, entonces muestran ira por lo que les pasa y una negación completa de querer obedecer. Si les pasa algo que los entristece entonces renuncian a cualquier posibilidad de diálogo porque lo único que les interesa es manifestar su tristeza o su frustración. Por esto, podemos llamar a esta etapa la etapa explosiva de la infancia. Ahora, si en la etapa anterior (lactancia) no desarrollamos los límites necesarios en nuestros hijos, el tratar con ellos en la etapa explosiva costará mucho más trabajo. 

Para que esto no te tome por sorpresa toma en cuenta nuestra:



Regla 34 de la Paternidad Cristiana:
No me debo preocupar por si mis hijos en la etapa de lactancia explotarán. Lo harán con toda seguridad. Lo que me debe preocupar es qué hacer para prevenir la explosión y como evitar que la explosión cause los menores daños posibles.
Eclesiastés 7.9

Como padres es importante entender que, en esta etapa se debe privilegiar el diálogo con ellos hasta donde sea posible, pero, cuando hablemos con ellos, debemos hablar como lo hacemos con cualquier persona, debemos hablar sin evidenciar en nuestra voz enojo o decepción, ¿por qué? porque nuestra voz con autoridad debe ser una de nuestras principales disciplinas, pero, piensa que, si desde el inicio de la etapa de explosividad por cualquier cosa les gritas entonces ¿Cómo van a saber que realmente algo te molesta? Si todo el tiempo hablas con volumen alto de voz, ellos no aprenderán a darse cuenta que algo no lo están haciendo bien y simplemente se acostumbrarán a tus gritos altos, a tus gesticulaciones y movimientos de manos y los ignorarán.

Todos los padres solemos hablarles a nuestros hijos pequeños con tonos tiernos de voz, fingiendo voz de niño y con sonidos que les arranquen alguna risa y eso, nunca lo debemos dejar de hacer, pero, tomemos en cuenta que, esto debe disminuir en la etapa de explosividad ya que, como mencionamos anteriormente, alcanzando los dos años, ya quieren tener el control de todo el entorno del hogar y, si seguimos pensando que son niños “tiernos” que se mueven solo para “responder al amor” que yo les doy, les estaremos contemplando como en realidad no son y podemos cometer errores que alteren mucho su personalidad.

Cuando nuestros hijos a mediados de la etapa de explosividad empiecen su vida escolar en lo que se suele llamar el preescolar o “jardín de niños” entonces, esa interacción con su entorno de escuela ayudará a que lentamente, las explosiones de emociones comiencen a disminuir. Aunque no desaparecerán porque aquí aprenden a manifestar sus emociones y eso, no se le puede prohibir a nadie. No es sano mentalmente restringir a una persona, pero, tampoco es sano que las explosiones de temperamento de los hijos sean las que me controlen a mí en la forma que tengo que reaccionar y en como debo tratarlos.

Ante todo esto, que sea muy claro el entender que, la principal labor de los padres con sus hijos en esta etapa es ayudarles a que desarrollen el control de sus emociones.

En palabras de la Biblia, tenemos que ayudarles a que desarrollen el dominio propio y la primer forma de hacerlo es precisamente no reaccionando a sus explosiones como tus emociones de padre te dicen que lo debes de hacer. Un padre santificado, que es capaz de dominarse así mismo, desarrollará hijos que tengan control sobre sus emociones así que, padres carnales con débiles relaciones con Dios será muy difícil que cumplan con sus hijos esto que es la mayor exigencia que Dios les requiere en esta etapa.

Es común que, si un niño está en una explosión emocional, los padres rápidamente le dan un aparato electrónico para que vea algo de su agrado y entonces se calme y, el padre – muy orgullosamente, por cierto – nos dirá: “¿Viste? Ya se calmó”. Dejemos claro algo, el niño no se calmó, no se controló, simplemente distraje su atención y como su atención ya no es tan dispersa como en la etapa de lactancia, sin problema soporta varios minutos viendo algo de su interés.

Por favor, padres, no confundamos distraer con la aplicación de dominio propio que es lo que tú les debes enseñar a desarrollar. Dominio propio es que tu hijo sea capaz de tomar control sobre el impacto que una situación ejerce en sus emociones y sepa elegir la reacción que ayudará a que pueda ver las cosas de la manera lo más correcta posible. Esto oara que pueda tomar las mejores decisiones en cuanto a cómo responder al conflicto que se le está presentando. Así que, dominio propio no es que le prestes tu teléfono, que le riegues en el piso los cientos de juguetes que tiene para distraerlo o darle de inmediato lo que te pide para que deje de gritar. Espero, todos estemos entendiendo esta diferencia.

Para poder cumplir con esta labor de desarrollo del autocontrol los padres podemos hacer varias cosas. Primero, ante una situación complicada, es importante que nosotros como adultos, no nos dejemos gobernar por nuestras emociones porque puede pasar algo muy desagradable. Entendamos esto con un ejemplo. Llegas al jardín de niños de tus hijos y te avisan que, otro niño lastimó al tuyo de manera intencional. Tu mente seguramente empieza a moverse a toda velocidad, pero, a pesar de ello, debes hablar pausadamente mostrando tranquilidad en tus palabras. Recuerda que la Biblia advierte que las palabras calmadas tienen el efecto de tranquilizar los estados de alteración emocional (Proverbios 15.1), así que, con toda calma, pide a tus hijos que te expliquen por lo menos dos veces qué es lo que les pasó. La primera vez es para que, al hablar sus emociones se calmen un poco. La segunda vez que hablen servirá para que te platiquen las cosas de una forma mucho más certera.

Pero, ¿cómo los ayudas a que aprendan a controlarse si en este momento tú te comportas exigiendo que venga todo un ejército para destruir al niño que lastimó a tu hijo, a su familia y a toda la escuela desde sus cimientos?

Te recomiendo que, uses frases tranquilizadoras como: “mi amor, no te entiendo, tranquilo, respira un poco y dime despacio que ocurrió” o “Mira corazón, no importa lo que haya pasado, recuerda que con Dios de nuestro lado podremos resolver lo que sea así que, tranquilo vamos a solucionar esto, platícame que pasó” u otras frases semejantes.

Si tu hijo ha explotado por algo que mamá le hizo y vienen a buscarte a ti para que los saques del apuro tienes que ser claro en decirles que, no sabes bien lo que pasó, que tienes que hablar con mamá y que entonces, después de eso las cosas se podrán resolver pero que estás seguro que nada de lo que haya hecho mamá lo hizo para molestar o lastimar. Recuerda, en ninguna etapa de la vida de tus hijos debes tomar partido en contra de tu pareja, nunca, a menos que, tu pareja esté actuando de forma irracional o esté poniendo en riesgo la integridad física o emocional de tus hijos y eso, no pasa con una disciplina merecida, pasa con cosas en las que de inmediato debes pararlo todo y pedir la ayuda adecuada para que tu vida y la de tus hijos no corra peligro.

Si tu hijo, en una explosión de emociones quiere que le des lo que sabe que lo calma no se lo des de inmediato, condiciona la entrega con su calma emocional, o sea, no les des lo que quieren hasta que veas que, ya han controlado sus emociones. Y por si no lo has notado, detrás de todo esto hay una verdad que te corresponde a ti como padre y que queda clara con nuestra:

 


Regla 35 de la Paternidad Cristiana:
Si soy el típico padre ridículo que grita por todo porque me gusta hacerme oír, debo entender que, no puedo así, enseñar a mis hijos a dominarse a sí mismos.
No puedo dar lo que no tengo.
2 Timoteo 1.7

Si a pesar de lo que hagas tu hijo no se calma, esto puede obedecer a varios factores. Te comparto una lista de los más comunes:

 

·       Tu estrategia para calmar no está tomando en cuenta el temperamento de tu hijo

·       No te das cuenta que ya se calmaron, pero gritan porque así les das lo que quieren

·       En la etapa de lactancia no los acostumbraste a tener límites

 

Sin importar el motivo, si esto está pasando debes entender que tus hijos ya están desarrollando una conducta deficiente y sí, eso significa que debes corregir, así es, tienes que disciplinar y, como a partir de esta etapa la disciplina influye mucho en la formación de nuestros hijos tenemos que dedicarle unas palabras para que entendamos como debemos ejercerla en este punto de su vida.

Lo primero es entender que no se debe disciplinar de inmediato. Debe existir un periodo de gracia donde debemos favorecer que se manifieste el autocontrol. Efesios 6.4 enseña que, debe existir amonestación, advertencia, una explicación de lo que no se está haciendo de manera correcta. Si a pesar de la amonestación no existe el auto control tienes que ejercer disciplina la cual debe ser, según la misma cita dice: “del Señor” ¿Qué significa esto? ¿Qué es la disciplina del Señor? Es una medida de restricción pero que no puede estar carente de amor. Si vas a disciplinar en ira, sin amor, pensando solamente en causar daño por encima de corregir, el que necesita la disciplina eres tú.

Cuando disciplines, hazlo cuando tus hijos estén moviéndose en contra de lo que Dios es y no en contra de tu opinión ya que, de actuar así, puedes sembrar en ellos raíces de amargura hacia tu persona porque pronto se darán cuenta que actuaste de manera injusta. Por ejemplo, si Dios es verdad, debes disciplinar cuando actúen usando la mentira, aunque tu creas que eso no es malo y, explícales claramente por qué los vas a disciplinar. Diles que la mentira es algo que no agrada a Dios y que hace que nos aprovechemos de las personas y que eso es algo que tú como su padre no puedes permitir.

Además, toma en cuenta que cualquier disciplina debe cumplir una condición esencial y es que, no debe provocar ira en nuestros hijos. No puede producir en ellos tal enojo que pierdan el control y si eso pasa es que hemos disciplinado injustamente. Cuando haces más caso al abuelo metiche que quiere que disciplines como a él le parece o cuando disciplinas sin haber buscado toda la información sobre lo que pasó porque, como eres líder en la iglesia tienes que darle una lección a los que te ven y lo haces a costa de tus hijos entonces no estás ejerciendo disciplina y si estás mostrando mucho egoísmo que estás derramando completamente a costa de ellos.

Toma en cuenta nuestra:



Regla 35 de la Paternidad Cristiana:
Siempre debo disciplinar para corregir lo deficiente de mi hijo y nunca debo disciplinar solo para que mi imagen quede bien delante de las demás personas.
Colosenses 3.8

Aquí es bueno meditar acerc de la disciplina física que causa cierta inquietud a los padres cristianos sobre si puede o no ser aplicada.

Antes que otra cosa, si pensamos en Dios, en la Biblia, pronto nos daremos cuenta que Él sin problemas azota cuando debe hacerlo (Hebreos 12.6). Es más, su disciplina llega a ser tan fuerte que sufrirla dice la Biblia que es algo “horrendo” (Hebreos 10.31). Así que, si tu como padre cristiano deseas aplicar la disciplina física la Biblia te autoriza a hacerlo siempre y cuando cumplas con las condiciones de los párrafos anteriores. No pierdas de vista que, para rescatar al hombre, Dios ejerció un acto de disciplina, pero, sobre quién no lo merecía. Definitivamente, ejerce disciplina es obligatorio.

Ahora, si no eres partidario de la disciplina física o si las leyes humanas a las que te sometes son restrictivas en ese aspecto, no la apliques, pero, deber ejercer disciplina de otro modo. En estos casos, ¿cómo se puede hacer esto? Simple, tus hijos deben enfrentar una consecuencia por la conducta deficiente que manifiestan. Tú elige la consecuencia, pero, cuando la hayas elegido, aplícala sin concesiones. Si decides que no habrá entretenimiento por un día entero, entonces no lo habrá y no sea que, al abogar sus abuelos por tu hijo levantes la disciplina o, porque ya los ves muy “arrepentidos” les levantes la disciplina, por favor, no vayas a cometer ese error porque si lo haces, pronto aprenderán tus hijos que tú no haces las cosas en serio así que, pecarán en cualquier forma que quieran porque claramente saben que nunca tendrán en verdad consecuencias y para que no olvides lo importante que son las consecuencias en nuestro proceso de formación, toma con seriedad nuestra:



Regla 36 de la Paternidad Cristiana:
Nunca debo olvidar que, si mi hijo no enfrenta una consecuencia al manifestar una conducta deficiente nunca modificará esa conducta, nunca.
Proverbios 22.3 TLA

Vamos ahora con consideraciones del ámbito espiritual.

En esta etapa de explosividad, debo impedir que mi hijo se torne agresivo con cualquier persona que tenga que verse obligado a aguantar sus reacciones bajo el argumento de: “disculpa, es que es pequeño”.

A esta edad los niños muerden, jalan el cabello o lanzan golpes solo porque así desean hacerlo. No se los debes permitir. Debe existir una consecuencia inmediata porque en el contexto de la iglesia, permitir estos arranques provocará sin lugar a dudas, un pésimo testimonio de ti como padre.

Sigamos hablando con respecto a la conducta de nuestros hijos dentro de la iglesia.

En esta edad, aún todavía no entienden cuál debe ser la correcta pero tampoco puedo estar dándoles aparatos electrónicos para que, en medio del culto estén distrayendo a los hermanos así que, como padre debes estar preparado para que, en caso de desorden en la congregación busques un espacio donde puedas entretenerles. Recuerda que, en esta etapa al no tener una manifestación clara de su personalidad, cualquier actividad física llamará la atención de todos los niños y, deberás tener preparadas no solo una porque, no todas las actividades les gustan a todos los niños.

En cuanto a hábitos espirituales, añadido a la oración que ya mencionamos anteriormente debes propiciar que tus hijos se visiten con otros niños de la iglesia en edad similar para que empiece a construir su propio entorno social y para que, al interactuar con otras personas, empiece a aprender la necesidad de la tolerancia y el respeto.


La etapa de definición

A esta etapa que va desde los cuatro años hasta los doce años de edad le llamo así porque ya se definen claramente los porcentajes de su temperamento (ver el capítulo 5) que, por cierto, se mantendrán estables hasta que esta etapa termine donde sufrirán un nuevo ajuste. En la etapa de definición, los padres somos su principal fuente de influencia y es aquí donde tenemos que realizar nuestra mejor labor posible ya que, es en este periodo donde nuestros hijos darán forma a su identidad sexual, a su autoestima y a las características que los hacen diferentes de los demás.

Las personas que, en las etapas siguientes de su vida tendrán conflictos con su género sexual en la gran mayoría de los casos es porque en esta etapa sufrieron algún episodio traumático que deformó la percepción sexual que tenían de ellos mismos y cuando estén más desarrollados, a conveniencia sepultarán esto en el olvido y nos dirán que “desde siempre yo como varón recuerdo que me gustaban los otros varones”.

Esto no es verdad, es solo una conducta que han aprendido consecuencia de las mañas experiencias y la pésima dirección de sus padres.

Las personas que, en las etapas siguientes de su vida, tendrán pensamientos suicidas o tenderán a las depresiones constantes se forman en esta etapa donde muchos padres, someten a las personalidades de sus hijos a una presión para la que no están preparadas. Los futuros adultos inseguros, que buscan personas como parejas que solo los usan para su beneficio se empezaron a formar aquí, donde no pudimos como padres enseñarles la importancia de tomar riesgos porque, nosotros como padres decidimos evitar todo el tiempo que “algo malo les pasará” y con eso, nos condenamos a que suceda lo que dice nuestra:



Regla 37 de la Paternidad Cristiana:
Si todo el tiempo vivo para que a mis hijos no les pase nada, entonces, en el futuro, nada bueno pasará con ellos.
Proverbios 15.21

Ha llegado el momento de un pequeño resumen de lo visto hasta el momento.

En la etapa de la lactancia aprendimos que, la labor más importante de la paternidad cristiana es limitar mientras que, en la etapa de la explosividad aprendimos que la principal labor es desarrollar el autocontrol y, en la etapa de definición la labor más importante sería la identificación que te corresponde a ti.

Debemos identificar cuál es el temperamento de nuestros hijos que, hacia los cinco años de edad ya lo manifiestan claramente y, ya identificado, tenemos que dirigir todas nuestras acciones para poder estimularles, amarlos y disciplinarlos de la manera en que causemos el mejor impacto posible en ellos. Este proceso de identificación suele ser demasiado confuso para algunos padres por lo que, como sugerencia te invito a que veas con detalle lo relacionado a la forma como están reaccionando a su escuela. Ahí, tienes una de las maneras más directas para determinar su temperamento.

Los hijos flemáticos serán los más fáciles de ubicar porque suelen ser los que todas las cosas de la escuela las hacen con orden, los trazos, las tareas, los colores adecuados; se ajustan a las instrucciones de los maestros y en verdad que les molesta que, al ayudarles nosotros queramos hacer las cosas de forma diferente a como les fue indicado. Abre la maleta de la escuela de un hijo flemático. Las cosas suelen tener orden y suelen estar muy organizadas.

Lo anterior, no es lo que encontrarás si tus hijos son coléricos ya que ellos no mostrarán mucho interés en la forma como las labores escolares se hagan mientras las tengan a tiempo. No veremos que tienen mucho orden en sus materiales, pero, increíblemente muchos de ellos tienen ubicadas las cosas en medio del caos. Vigílalos de cerca porque seguramente olvidarán las tareas y las recordarán cuando ya casi no exista el tiempo para tenerlas listas, pero, a cambio, siempre los verás participar de cualquier actividad que implique hacer algo dinámico y esto, suelen hacerlo muy bien.

Todos los aspectos de orden o conducta con los hijos sanguíneos no te darán ningún problema, pero, lo que debes estar siempre observando es la forma en como interactúan con su entorno porque esto suele ser de mucha ayuda o de mucho perjuicio para este tipo de hijos porque, se pueden ver muy afectados por cosas que escuchan o cosas que les dicen y eso suele alejarles del interés de concentrarse en las cosas realmente importantes. Pero, por favor, observa con mucha atención y no cometas el error de dejarte llevar solo por la primera impresión porque, por ejemplo, los hijos flemáticos suelen ser muy racionales y sin problema pueden desprender una lágrima o mostrar desánimo solo para provocar tu reacción de protección o para evitar las consecuencias de una mala conducta.

Pero, no olvides el principio fundamental de que, hasta el final de esta etapa nuestros hijos siempre estarán buscando tomar el control del hogar.

Si como padres hacemos las cosas correctas, alrededor de los nueve años podremos tener una estabilidad donde las cosas marchen bien generando momentos de verdadera alegría en el interior del hogar que, llenarán tanto a nuestros hijos que aprenderán a valorar lo que tienen en casa.

Si lo quieres ver como padre se trata de que en esta etapa trabajes tanto que logres que tus hijos piensen que su hogar es el mejor lugar donde pueden estar y así lograremos que, por propia convicción rechacen cualquier cosa que Satanás o el mundo les quieran ofrecer para provocar que se alejen de Dios y con esto sean dañados.

Sonó muy bien el final del párrafo anterior ¿verdad? Y lo es, pero prepárate en serio porque muchos padres se acostumbran a la estabilidad de la etapa final de la infancia tanto que, no están pendientes de los cambios drásticos que se avecinan al llegar la próxima etapa de desarrollo de vida de nuestros hijos que veremos en el siguiente capítulo.

 



 



Capítulo 7

Adolescencia y Juventud

En este capítulo seguiremos con el análisis del desarrollo de nuestros hijos. El capítulo anterior nos mostró lo que pasa con ellos durante las tres etapas de la infancia. Espero que hayamos entendido que, hacia los doce años de edad, nuestros hijos ya han sufrido su primer ajuste de personalidad y para esta edad nosotros, sus padres, somos su principal influencia en su proceso de formación hasta que llega la adolescencia. La etapa que recibe este nombre de manera general abarca desde los doce años hasta los dieciocho años de edad, para después dar paso a la etapa de juventud que inicia en los dieciocho años para terminar alrededor de los 25 años de edad, aunque, debemos recordar que, los años de inicio y fin de cada etapa varían de acuerdo a cada persona.

En estas etapas de desarrollo en común que la maduración sea más rápida entre las mujeres que entre los hombres, pero, al final de la etapa de juventud ya se terminan igualando estos procesos. Como padres esperemos ajustes de personalidad al final de la etapa de infancia y al final de la etapa de juventud.

Veamos con más detalle estas etapas:

 

La etapa de la adolescencia

En español, la palabra “adolescencia” proviene de “adolecer” un sinónimo de carecer porque se considera que, en esta etapa, los hijos “adolecen”, “carecen” de muchas cosas por lo que se considera una etapa de descontrol, desorden y rebeldía, pero, la realidad es que esto, no es para nada cierto. Entonces, ¿de dónde viene esta idea de “carecer”? Proviene del hecho de que, al empezar la adolescencia, nuestros hijos comienzan a entender que, aunque pertenecen a una familia, forman parte de un todo más grande que se extiende más allá de su familia y al madurar en su mente, empiezan a sentir la necesidad de encontrar cual es la forma en que ellos “encajan” en ese todo más grande puesto que, por muchos años, han encajado en un todo más pequeño que somos nosotros, su familia directa. De aquí proviene la idea, pero, si te das cuenta, no es porque a ellos les “falte algo” sino porque ellos sienten que lo que hay a su alrededor ya no les es suficiente.

Este proceso, no tiene absolutamente nada de negativo, es necesario para que, nuestros hijos desarrollen el sentido del reto, de la necesidad de atreverse a hacer cosas que están más allá de lo que es cercano a ellos ya que eso sentará las bases para que puedan en su momento lanzarse a construir el proyecto de vida que vivirán durante su etapa de madurez y, si no logran ese “atrevimiento” de buscar nuevas metas, pueden llegar a la vida de adultos terriblemente limitados y excesivamente dependientes del entorno paterno.

Precisamente por esa necesidad de “buscar algo más allá del hogar” es precisamente el entorno fuera de este el que en esta etapa se vuelve su principal fuente de influencia y por ende, lo dejamos de ser nosotros y, como todo lo que está a su alrededor suele impulsarles a romper límites, los que nosotros les hemos impuesto a lo largo de las tres etapas de la infancia les empiezan a parecer “excesivos” por lo que, al reclamar más libertad empiezan a chocar con nosotros más constantemente lo que, solemos interpretar como rebeldía cuando en la mayoría de los casos no es así.

Aquí, es normal que los padres, sobre todo los que han fallado en lo que se debe hacer durante la etapa de la infancia culpen al entorno de sus hijos de que “los están cambiando” cuando en su mayor parte, los culpables son los mismos padres por no haber educado y formado correctamente así que, los malos padres provocan que el impacto del entorno de sus hijos sea mayor de lo que debería.

Lo que en esta etapa les pasa a nuestros hijos, no es culpa de la escuela donde estudian, no es culpa de los amigos con hábitos sospechosos, no es culpa de las ideas de los nuevos maestros que conocieron, no es culpa de lo que ven por Internet. Todo eso contribuye, pero se empodera por las fallas de educación que los padres cometimos durante la infancia de nuestros hijos.

Como padres de adolescentes debemos poner especial atención en las aficiones de nuestros hijos, en las cosas que les gustan, en la música, que les gusta, en el tipo de ropa que les gusta y en el tipo de lenguaje que empiezan a adquirir siempre tomando en cuenta, que, al estar en un proceso de desear “integrarse” a sus nuevos entornos son sensibles a la tendencia de imitar lo que hace la mayoría. Así que, casi todo lo que en esta etapa solo será “por moda”, para poder ser parte del grupo al que pertenecen, y para que no sean rechazados por las personas del grupo con el que desean ser identificados.

Esta tendencia llega a ser tan fuerte que, en esta etapa de vida muchos adolescentes llegan a asumir nuevas identidades sexuales o costumbres de moda que incluso llegan a carecer de decoro. Esto por el simple hecho de sentirse que “son auténticos”, que tienen una identidad propia, que “nadie les dice que hacer” cuando en realidad todo lo que hacen es manipulado por el entorno que está condicionando su conducta a cambio de que ellos logren sentirse “parte de algo más grande” y se vuelvan consumidores activos de las tendencias, modas u objetos que intencionalmente son puestos de moda.

En la adolescencia el mismo proceso de integrarse a su entorno hace que, en nuestros hijos se hagan más patentes las inseguridades, el no saber si se tiene lo suficiente para “encajar” en el entorno. Es el tiempo de las dudas con respecto al cuerpo que tienen así que, se sienten “feos” o se muestran inconformes con sus características físicas que pueden ir desde la estatura hasta el tono de voz. Estp a su vez los vuelve retraídos lo que hacia fuera del hogar es percibido como una actitud de soberbia, de antipatía. Al percibir nuestros hijos que, son rechazados o por lo menos aislados por los demás debido a  la mala interpretación de su retraimiento, se encierran aún más en sí mismos lo que vuelve aún más profundo el problema.

Es importante en este punto que los padres entendamos que, en esta etapa nuestros hijos no están “incompletos”. Solo están inseguros, pero, tienen lo necesario para poder resolver la mayor parte de sus problemas. Por lo tanto, debemos involucrarnos en la resolución de sus problemas, pero, solo cuando sea necesario ayudarles. Si no es así, no debemos hablar con los maestros para que les den nuevas oportunidades en la escuela. No debemos de ir a preguntar los precios de la ropa o zapatos que les gustan, no debemos de ir a aclarar malentendidos con sus amigos o miembros de la familia. Ellos lo deben hacer por su cuenta porque debes tomar en cuenta que, cuando ellos dicen: “es que esto me da pena” la mayoría de las veces tiene algo de cierto, pero, en otros momentos es solo una excusa para manipularte para que hagas lo que ellos necesitan. En esta etapa está prohibido resolverles todo.

Consideremos que, en la búsqueda de su entorno, pueden llegar a creer que nada de lo que pueden ver es lo que necesitan y, si su entorno escolar de alguna manera los defrauda entonces lo que suele pasar es que se construyen una realidad alterna donde las cosas funcionan como a ellos les gustan donde, erróneamente creen que son felices. Son propensos a los mundos virtuales, a los amigos por internet o a las páginas donde viven asumiendo distintos roles. Como padres debemos ser especialmente cuidadosos con esto porque esta evasión se puede profundizar a tal grado que nuestros hijos pueden estar viviendo bajo ideas falsas, pueden provocar que de manera sorpresiva hagan cosas que nadie imaginaba, pero, si somos cuidadosos podremos ver las señales de la evasión que viven antes de que esto afecte a sus vidas de una manera irremediable.

Además de lo anterior, considera que, en su evasión, nuestros hijos pueden entrar en contacto de gente perversa que quiere hacerles daño.

Para motivarte a hacer mucho por tus hijos en esta etapa te dejo nuestra:



Regla 38 de la Paternidad Cristiana:
Dios te amó, lo rechazaste y una y otra vez volvió hasta que te conquistó. Cuando más te rechacen tus hijos, es cuando más debes buscarlos, pero sin fastidiarlos.
2 Crónicas 15.2b

Ahora, pasemos a los aspectos espirituales a considerar durante la etapa de la adolescencia.

Como cristianos, debemos tener siempre presente que, nuestro sentido de plenitud, de completa felicidad nace de una relación íntima que tengamos y desarrollemos con Dios (Colosenses 2.10) y lo mismo pasa a la edad de la adolescencia. Nuestra prioridad en esta etapa es lograr que nuestros hijos desarrollen una sólida relación con Dios y esto, se puede hacer de varias maneras:

Primero, orando por ellos todos los días pidiendo a Dios sabiduría para conducirlos con amor y no cansarlos con un reclamo constante. Además de ello, debes siempre animarlos a participar de las diversas actividades que tu iglesia tenga y, acercarte con líderes juveniles para que ellos te apoyen invitándolos también.

Espera quejas e inconformidades, eso es normal. Para lidiar con esto mucho ayuda que en casa, en esta etapa practiquen el devocional familiar en donde juntos lean un pasaje de la Biblia e invitan a sus adolescentes a dar su opinión que, no deberá ser criticada, aunque no estés de acuerdo o ellos digan algo que te suene muy absurdo. Ante esto, calla, espera, Dios te dará el momento de aclarar las cosas con ellos, pero, no durante su devocional. Cierren este tiempo con una oración en donde le pidan a Dios sabiduría para que les muestre cuales de las opiniones dichas en el devocional son las que van de acuerdo a su voluntad y nada más. Que ellos comprueben que antes de hacer cualquier cosa que los involucre consultas al Señor.

La comunicación en esta etapa es fundamental de manera que, interésate en lo que hacen, pregunta sobre sus actividades escolares y sobre lo que está pasando a su alrededor. Seguramente, escucharás cosas que te alarmen o que te hacen sentir que tus hijos están cerca de alguna clase de peligro, pero, si vas a reaccionar en tus emociones ante lo que te dicen mejor no hagas ni digas nada (Santiago 1.19). Después de escucharlos busca a Dios en oración pidiendo dirección acerca de cómo debes responder a lo que les está pasando y busca el momento oportuno para que hables con ellos acerca del tema. Ten en cuenta que, en esta etapa, si despertamos su desconfianza simplemente dejarán de platicar lo que realmente les sucede.

En esta etapa a diferencia de otras, nuestros hijos se tornan sumamente reflexivos aun cuando no lo demuestren. Muchas cosas que ven o escuchan internamente las someten a constantes análisis lo que no quiere decir que sean análisis correctos, pero, debemos aprovecharnos de ello y, no existe mejor forma de despertar la reflexión que haciendo preguntas porque si solo les decimos las frases de lo que les queremos enseñar es como si ya les diéramos algo construido; algo que, en esta etapa, por cierto, les molesta mucho, pero, al preguntarles y hacerlos reflexionar, haces que ellos terminen el producto.

Entendamos este comentario con un ejemplo. Vamos en la calle con nuestros hijos adolescentes y ven a una persona en situación de pobreza. Eso hace que hagan un comentario como: “Oye, que difícil debe ser la vida para una persona así”. Ese es el momento para responderle con una pregunta cómo: “¿No será bueno dar gracias a Dios porque nosotros no padecemos así?” Y ya, nada más, no quieras agregar nada ni seguir hablando del tema. Tenemos que dejar que su tendencia a la reflexión sea usada por Dios para hablar a sus corazones y lograr en ellos lo que Él necesita.

Usando esta característica de la reflexión de la etapa de la adolescencia podemos lograr mejores resultados que buscando el choque de argumentos con ellos.

Finalizamos diciendo que, el hecho de que sumemos comprensión y reflexión a la vida de nuestros hijos adolescentes eso no significa que dejemos de insistir en el hecho de que nosotros somos su autoridad y que, en el hogar no pueden exigir derechos si antes no cumplen con sus obligaciones. Que siempre nos opondremos a cualquier cosa que los pueda llevar al pecado y con nuestras acciones deberemos ser coherentes con estas ideas. La necesidad de comprensión hacia nuestros hijos adolescentes no debe cancelar las cosas que ellos deben obedecer

 

La etapa de la juventud

En esta etapa prácticamente todos los problemas de la adolescencia desaparecen, pero, se manifiesta uno del que se deriva cualquier conflicto que podemos tener con nuestros hijos. Este problema es: la autosuficiencia.

En la juventud, nuestros hijos están en la plenitud de su forma física así que, tienen energía para poder amanecer estudiando y volverlo a hacer el día siguiente sin problema. Pueden manejar el auto familiar por horas y presumen que lo hacen sin ninguna molestia física. El buen funcionamiento de su metabolismo hace que coman mucho sin engordar a menos que, genéticamente tengan una predisposición a ello, por lo que suelen ser descuidados con las cuestiones de salud porque asumen que ellos nunca van a tener problemas en ese sentido porque si piensan que esta etapa les va a durar toda la vida.

Además, si agregamos que muchos de ellos comienzan a ser productivos en el sentido de que generan su propio dinero pues eso les acrecienta esa idea de que por sí solos todo lo pueden y encontrarán la manera de que todos sepamos eso y, la principal forma en que lo manifestarán es en la crítica hacia todo lo que existe. En consecuencia, ellos tienen todas las respuestas para todas las cosas y si ignoran alguna respuesta, sin duda, la inventan.

Escúchalos a esa edad. Ellos tienes la idea perfecta del negocio que en diez años los volverá millonarios e independientes claro, pero no tienen el dinero para hacerlo, aunque aseguran que, fácilmente lo conseguirán y si tienen padres que les aman con amor excesivo, sobre estimulan y no aplican disciplina ya podemos imaginar de donde saldrá el dinero que, por cierto, no producirá ningún negocio exitoso. No decimos que no tengan la capacidad, lo que pasa es que los hábitos sobre los que se fundan ese tipo de éxitos se establecen en la etapa anterior, no en esta.

A los ojos de nuestros hijos en la etapa de la juventud nada funciona bien. Los gobiernos no saben cómo hacer su trabajo, los países pobres lo son porque nacieron con esa mentalidad. Ellos son capaces de conocer las intenciones de las personas y a ellos nadie los engaña, aunque la realidad es todo lo contrario.

Así que, en términos bien amplios, contra esto es con lo que más vamos a luchar como padres en esta etapa y la mejor manera de hacerlo es con las armas que Dios nos da, que son armas espirituales (2 Corintios 10.4) y que son más poderosas que toda la colección de buenas cualidades que nuestros hijos podrían presumir que tienen.

La Biblia nos advierte, que antes de caer, el corazón se ensoberbece, o sea, se siente auto suficiente (Proverbios 16.18). En efecto, en esta etapa nuestros hijos son candidatos ideales para fracasar en cualquier área de su vida, pero, esto que es peligroso puede mezclarse con la necedad que tengan en sus corazones sobre todo si fueron mal educados en las tres etapas de la infancia, por eso la Biblia advierte con toda claridad que debemos mantenernos lo más lejos posible de los necios (Proverbios 27.22). 

Si alguno de nuestros hijos se combinan la soberbia y la necedad que se alimentan de auto suficiencia, debemos estar preparados porque nuestros hijos de una u otra manera caerán, pero, tranquilo, eso puede ser permitido por Dios para que se den cuenta que, en su vida hay cosas que no andan bien.

Como padres necesitamos pedir a Dios sabiduría para saber cómo actuar en estos puntos de caída que seguro llegarán. La clave está en tener la paciencia para aguardar el momento del fracaso porque es cuando nuestros hijos bajan las defensas de su soberbia y aceptan ser confrontados con los errores que, de otra forma no reconocerían. Como padres, debemos orar para que Dios tenga compasión cuando llegue el momento de frenarlos en seco y estar atentos cuando esto pase para entonces ayudarlos a corregir el rumbo, pero, por favor, estemos muy pendientes porque puede ser que, nuestros hijos escondan sus momentos de fracaso por no querer evidenciar sus fallas, pero, a pesar de esto hay una forma de detectar cuando esto pase.

 

Tenemos que estar alertas cuando ellos se cuestionen así mismos, no cuando cuestionen las cosas que hacen. No es lo mismo que digan: “Esto no me dio resultado” a decir: “¿en qué estoy mal?” ¿notas la diferencia? En la primera pregunta cuestionan lo que hacen, pero, en la segunda, se cuestionan a ellos mismos. Aquí es el momento de intervenir, es el momento de hacerles ver con todo amor que, esa sensación que tienen es consecuencia de una sola cosa que es: no estar siguiendo la voluntad de Dios. Es el momento de mostrarles las cosas en las que creemos que se han equivocado, pero, mostrando argumentos, resultados y no solo nuestra opinión de que están mal. Este es el momento de presentar a Dios como fuente de toda felicidad, pero, si no miran que en Dios seas feliz no veo cómo te pueden creer. Recuerda, la mejor forma de estar preparado para este momento es teniendo la más firme relación con Dios posible.

 

Además de lo anterior, es muy necesario entender que, en esta etapa en donde la mayoría de nuestros hijos terminan su edad escolar, se requiere que aumenten sus obligaciones con respecto al hogar. Si trabajan es obligatorio que tengan que aportar económicamente para lo que se hace en casa lo que, además de ser un mandato bíblico (1 Timoteo 5.8) ayuda a que no vean el hogar como algo de que servirse sino como algo en lo que deben servir.

 

En cuanto a sus relaciones amorosas, como se van acercando a la etapa de la madurez, estas se van tornando más serias, pero por mucho que simpatices con el novio de tu hija o la novia de tu hijo esto no debe relajar las reglas de moral que debes imponerles. Si permites la entrada de las parejas de tus hijos a casa no debes permitir que pasen el tiempo a solas encerrados en alguna habitación. No pueden aislarse por estar con sus parejas. Deben participar de lo que se hace en casa e interactuar de forma normal. Si esto no pasa entonces, mejor que sus citas sean fuera de casa. Ayúdalos. Recuerda que, por la autosuficiencia en la que viven, suelen creer que sus relaciones amorosas las tienen bajo control y por lo mismo, no van a ver defectos en la conducta de sus parejas que en esta etapa no les ocasionará problemas. Pero si deciden casarse con una persona que no conocen bien, aunque juren que no, en su vida madura terminarán divorciados o con conflictos que harán de sus futuros hogares un infierno.

 

Hacia el final de esta etapa el reajuste que su personalidad sufra los dejará con el carácter con el cual vivirán hasta que dejen atrás su etapa adulta e inicien la etapa de vejez por eso es tan importante no dejar de hacer lo que nos corresponde en su juventud porque, de ello dependerá que su vida sea una vida de bendiciones y no de consecuencias.

Para remarcar la importancia de luchar contra la auto suficiencia en la etapa de la juventud de tus hijos toma en cuenta la:



Regla 39 de la Paternidad Cristiana:
Debo entender y enseñar a mis hijos que nunca, en ninguna circunstancia un cristiano deja de necesitar a Dios.
Juan 15.5

 



 



Capítulo 8

Madurez y Emancipación

En este capítulo hablaremos de la etapa donde nuestros hijos forman sus propios hogares y en la forma en cómo debemos tratarles cuando ellos a su vez ya están en proceso de crianza de sus propios hijos. Empecemos por la decisión que lo marca todo, la emancipación. Esta palabra se refiere al momento en que nuestros hijos deciden vivir por su cuenta, apartados del hogar paterno. Aquí se pueden presentar tres casos diferentes que explicamos a continuación

 

El nido no se vacía

La etapa de la madurez arranca alrededor de los 25 años para concluir cuando se alcanza la llamada tercera edad que inicia entre los 65 a 70 años de edad y, es entre los 25 y los 35 años en los que usualmente, los hijos deciden casarse para irse a vivir de manera independiente. Aquí pensemos en lo que pasa cuando nuestros hijos no deciden irse. Estamos hablando de las situaciones donde nuestros hijos ya están cerca o pasan de los 35 años y no desean salir de nuestro hogar. Esta condición se puede presentar por diversos motivos. Los más importantes serían los siguientes:

Un hijo no quiere emanciparse por no perder las condiciones de comodidad. En este caso el hijo razona que, en casa tiene más de lo que necesita y tiene acceso a los recursos ya establecidos en el hogar además de que se cuenta con los padres para poder resolverlo todo. Ante esta comodidad no se desea mover de casa. Este motivo se conecta con el siguiente.

Un hijo no quiere emanciparse porque no quiere obligaciones. Para llegar a ser esposo de alguien, tengo que moldear mi carácter para “conectar” con la esposa y viceversa. Pero, si un hijo fue criado para ser egoísta, para siempre tener la razón, jamás tendrá ganas de iniciar una relación donde tenga que ceder, donde no podrá tener siempre la razón, así que mejor el hijo decide quedarse en cada dónde los padres ya se adaptaron a sus gusto y temperamento. Esto, conecta con el siguiente motivo.

Un hijo no se emancipa porque no quiere dejar de ser egoísta. El recibir hijos en casa, sobre todo en su etapa de lactancia hace que todo lo que hacemos, tenga que girar alrededor de ellos, tenemos que olvidarnos un poco de nuestra posición y eso, el egoísta no lo soporta. Muchos jóvenes que hoy dicen que no se casan porque son responsables al no traer hijos al mundo terrible o que no se casan porque no están preparados para una responsabilidad así. En realidad, se resisten a dejar de ser egoístas y, quieren libertad para seguir viviendo sin fuertes responsabilidades.

Piensa, Tu hija tiene 35 años, trabaja, y para los gastos de casa, aporta lo mínimo, quedándose casi con todo su dinero. Se va de fiesta. Regresa de madrugada y, al otro día le tienes desayuno listo cuando le dé la gana despertarse. Va de mala gana a la iglesia y se sale antes de terminar el culto porque “tiene cosas que hacer”. El día que regrese al trabajo le tendrás sus uniformes limpios y el desayuno que le gusta caliente porque, cuidado y la carne no la cocinas como le gusta.

¿Quién dejaría esa comodidad y ese egoísmo? ¿Quién se enfrascaría en la lucha de formar a un bebé para dar lo mejor de sí y amar a pesar de las circunstancias? Ese nuevo bebé movería a esa hija a buscar un mejor trabajo, a poder ponerse de acuerdo con un esposo para poder comprar una casa donde poder vivir como familia y criar al hijo que ha nacido, pero, no tiene caso esforzarse si hasta incluso le has dicho que, cuando te mueras esa casa será para ella. No, definitivamente no. Hijos así jamás dejarán su egoísmo y claro, los que se reúnen en una iglesia cristiana argumentarán que “Dios no me ha mostrado quién es la persona adecuada” cuando en realidad, ya se los mostró, pero, esa persona que Dios eligió para ellos no va a permitirles que sean egoístas así que, mejor, se quedan esperando a que te mueras.

Por estos y otros motivos, Dios claramente enseñó que el hombre no fue diseñado para vivir solo (Génesis 2.18). Nuestro Creador sabe que requerimos formar una familia para combatir con esto la soberbia y la intolerancia que podemos estar acumulando. Por ello, lo primero que dijo a la primera pareja de la historia fue que “se multiplicaran” (Génesis 1.28). Dios no quería a Adán y Eva como novios eternos que durmieran en ámbitos separados.

La voluntad de Dios es que hombre y mujer estén juntos. Los creyentes deben cumplir con ello ya que, como podemos suponer, el mundo siempre irá en contra de todo lo que Dios manda. Si Dios dice que creó “varón y hembra” el mundo dirá que no, que existen más géneros que el diseño original. Si Dios dice que el hombre no debe estar solo el hombre negará esto diciendo que mejor no van a traer hijos al mundo para que sufran cuando en realidad no están preocupados por los recursos del planeta, sino que están preocupados por no perder sus privilegios.

Seamos muy cautelosos en determinar y ayudar a que nuestros hijos entiendan si su resistencia a formar hogares es por un motivo realmente espiritual o existen motivos que no son buenos. En este punto, tal vez algún padre se preguntará: ¿Y si la voluntad de Dios es que mis hijos vivan solos? Vamos a responder a eso, pero antes, que nos quede claro a los padres que, si nosotros espantamos a las parejas de nuestros hijos, si no creemos que las parejas de nuestros hijos están a su altura, si sentimos satisfacción en seguir teniendo a nuestros hijos en casa para que hagan lo que nos gusta entonces, con toda seguridad podemos decir que, más que tus hijos, eres tú el que necesita acercarse a Dios para resolver un poco tu abultado egoísmo y tu increíble soberbia. Dios diseñó los nidos para que se vacíen no para que estén llenos de personas que lo único que hacen es convertir al nido en un ambiente tóxico. Cuidado con eso amados padres.

Ahora sí, respondamos a la idea de que, sea la voluntad de Dios que mis hijos se queden sin casarse. Iniciemos entendiendo que. Dios claramente enseña que el matrimonio es una solución para la inmoralidad (1 Corintios 7.9) pero, en el mismo pasaje también nos enseña que existen personas que tienen lo que aquí se denomina “don de continencia” que es una capacidad sobrenatural dada por Dios en la cual una persona no tiene necesidad alguna de tener vida sexual activa. No son personas que no sienten atracción por personas del sexo opuesto, no son personas que no tengan emociones, simplemente no requieren de una vida de pareja para sentirse en total plenitud con Dios. Esto quiere decir que pueden existir hijos que tengan de parte de Dios el don de celibato con lo que no requerirían de la obligación de abandonar el nido, pero, antes de que creas que esto automáticamente aplica a tus hijos considera lo siguiente.

Si tus hijos tienen el verdadero don de continencia entonces, su prioridad es Dios. No tienen novia, novio o compromiso, pero, tampoco andan viendo pornografía en internet o en relaciones esporádicas donde después de tener intimidad sexual descubren mágicamente que ya “no conectan con la persona” y la dejan. Tampoco andan acercándose con actitud de cazadores a las mujeres de la iglesia tomándolas del brazo y sonriendo provocativamente mientras les cuentan las historias de sus logros que normalmente son gastarse el dinero de sus padres a una velocidad asombrosa.

No, hablamos de personas que son productivas y que, al no tener el compromiso de mantener un hogar ofrendan con generosidad a su iglesia y ayudan a hermanos en la fe que requieren apoyo material. Son hijos que, a pesar de no tener un compromiso de hogar en puerta, forjan patrimonio para dar una vida tranquila y de apoyo material al resto de la familia. Si no es así, no te engañes papá. Tus hijos nacieron para dejar el nido, pero, no quieren irse, o tú no los dejas.

Entendamos que, si esta es nuestra situación y no hacemos nada, a futuro los veremos como personas de la tercera edad cargadas de lujuria persiguiendo a personas treinta o cuarenta años menores malgastando todo lo que pudieron haber generado porque, como bien se dice, a cierta edad las personas solo podemos dar dinero, o dar lástima.

 

El nido vacío a medias

Esta condición puede cumplirse en dos casos diferentes:

Los hijos se emancipan para vivir solos, pero sin compromiso matrimonial. Esta condición es bastante válida siempre y cuando los hijos al hacerlo no tengan como motivo el tener la libertad de pecar sin darle cuentas a nadie. Para ayudar a que esto no suceda, como padres, debemos de fijar límites a lo que hacemos con nuestros hijos cuando decidan vivir así porque, si se fueron a su propio espacio pero, regresan a comer contigo todos los días, si sigues lavando su ropa, si siguen llevándose cosas de tu casa porque las necesitan sin comprar las propias entonces, lo único que desean es pecar a gusto y tú los estás ayudando a ser pecadores así que, espera la dura disciplina de Dios que vendrá sobre tus hijos y sobre ti por no limitar esta falsa emancipación. Recuerda que como cristianos no debemos participar en pecados ajenos (1 Timoteo 5.22).

Si los hijos se van a ir, se tienen que ir en serio, llevándose sus responsabilidades de mantenerse y de solventar todas sus necesidades.

Los hijos se emancipan para vivir en matrimonio, pero siempre regresando. Al igual que con el anterior caso la frase que abre el análisis lo dice todo. Aquí hablamos de los hijos que “ya formaron su hogar” dicen los padres con orgullo, pero, les siguen pagando las cuentas, les siguen resolviendo los problemas y les mantienen a los nietos porque “pobrecito del bebé, ¿él qué culpa tiene?” o sea, un chantaje consensuado donde los padres acceden a seguir siendo los esclavos de sus hijos en nombre de los nietos y lo más triste es que, te metes una y otra vez en la vida de tus hijos porque ves cómo están  dañando a tus nietos y no resuelves absolutamente nada.

Si padres de estos hijos muriéramos hoy, sus circunstancias seguirían siendo las mismas. Y, además, no ayudamos a que esto cambie. Si se pelean con sus parejas, los volvemos a recibir en la casa porque “está siempre será tu recámara” dicen las mamás consentidoras expertas en la creación de la nueva generación de machistas en lugar de hacer lo correcto que sería impedirles el regreso a la casa paterna para que se vieran comprometidos a hallar soluciones y sobre todo, pagar por ellas. Como en el caso anterior, si esa es tu situación quién necesita terapia eres tú, no tus hijos y por favor, deja de presumir en las reuniones de la iglesia que “mis hijos están viviendo ya su vida” cuando sabes que no es verdad, no están viviendo nada. Todo lo estás viviendo tú en su lugar.

 

El nido completamente vacío

Esta situación se da cuando los hijos forman sus propios hogares, pero, lo hacen apartándose completamente de los padres, rompiendo comunicación y visitándoles de forma ocasional. En estos casos, las visitas a las casas de los ahora abuelos son mínimas. Esta condición de desprecio suele ser la forma en que los hijos exageradamente consentidos pagan a los padres por sus años de sacrificio. Los nietos en estas situaciones suelen más temprano que tarde aprender a despreciarlos a ellos tal y como lo manifiestan contigo.

Para tratar de evitar situaciones como esta veamos algunas consideraciones de carácter espiritual y social que debemos tomar en cuenta.

Cuando nuestros hijos alcanzan la edad adulta debe cambiar drásticamente nuestra forma de relacionarnos con ellos. Hasta este punto, estamos llamados a ser una injerencia en sus vidas, o sea, a estar involucrándonos en su toma de decisiones para bien, pero, a partir de su etapa de madurez nos debemos volver influencia. Esto es, una presencia que responda a sus necesidades de dirección. Debemos estar ahí para cuando ellos lo requieran y no para cuando nosotros queramos intervenir. En esta etapa como padres, necesitamos más dominio propio del que imaginamos porque, nuestra edad sumada a nuestras experiencias de vida nos hace pensar que, todo eso nos da derecho a intervenir cuando lo creemos necesario en las vidas de nuestros hijos y no es así. Pide dominio propio a Dios que, sin lugar a dudas te lo dará (2 Timoteo 1.7).

En esta etapa nuestros hijos le dan un valor enorme al hecho de saber que siempre pueden contar con nosotros, pero, cuando ellos decidan necesitarnos. Ellos deben buscarnos, no que estemos encima de ellos diciéndoles lo que deben hacer. Tomemos en cuenta que una buena educación en las primeras etapas de nuestros hijos creará un camino amplio de confianza que en la etapa de madurez ellos lo usarán constantemente.

Ahora que tus hijos ya son padres es recomendable que no cometas el error de creer o actuar como si tuvieran una obligación material para contigo. No seas abusivo.

Si realizaste la educación correcta, Dios pondrá en tus hijos la necesidad de ayudarte, desearán hacerlo, pero no les impongas una carga. Lo que hiciste a favor de ellos en su infancia y juventud lo hiciste porque era tu obligación y para agradar a Dios. Fue amor sacrificial y no la compra de un seguro de vida para que te mantuvieran en tu vejez. Por ese motivo es importante que tú que hoy eres padre, hagas planes en el presente pensando en el futuro. Trabaja, ahorra, forja patrimonio pensando en que eso será lo que tu deberás usar en tus días de vejez. No vivas sin que te importe el mañana. Llegará un momento en que necesitarás comida y atención médica y no puedes esperar a que tus hijos hagan lo que tú no hiciste por falta de ambición, apatía o una mente cargada de mediocridad.

Por ello siempre es importante que hables con tus hijos e insistas que, desde la más temprana edad cualquier cosa que quieran hacer por ti o por el hogar sea de manera voluntaria teniendo siempre en cuenta que, las primeras veces lo harán de manera obligada, pero, cualquier hábito de este tipo así es como inicia.

Ahora, hablemos un poco del tema de los nietos. Tus nietos, son los hijos de tus hijos no son tus hijos. Tu labor de formación y educación ya paso. Ahora, somos una galería de consejos sobre esto y no actores activos. No usurpes la función de tus hijos queriendo amar, estimular o disciplinar a tus nietos porque reducirás la autoridad que sus padres deben tener sobre ellos y, la autoridad que tú quieras ejercer no puede sustituir la autoridad de sus padres. En otras palabras, si eres metiche vas a contribuir a una formación anómala de tus nietos.

Siendo estos una nueva manifestación de la herencia de Dios, debes tener la seguridad de saber que, cuando partas de esta tierra tu influencia seguirá existiendo. Dicho esto, dedícate a lo que debe hacer un abuelo que es disfrutar a sus nietos, disfrutar su crecimiento, sus metas alcanzadas pero que ahora lo podrás hacer teniendo el tiempo de estar completamente ahí para ellos algo que no podías hacer con tus hijos por la necesidad de trabajar para mantener tú hogar, pero, lo que hagas por tus nietos nunca debe contravenir una indicación de sus padres. Si sus padres dicen claramente que tus nietos no pueden recibir el obsequio que les quieres dar entonces, no insistas y si lo quieres dar, entrégalo a los padres para que ellos lo den cuando sea el tiempo conveniente y así incluso ayudarás a que la figura de autoridad moral de tus hijos crezca.

La etapa de madurez en la vida de tus hijos debe ser el tiempo del diálogo, de compartir experiencias, de buscar soluciones en lo que Dios nos ha dejado en su Palabra. Es el tiempo de escuchar tanto como solemos hablar.

La etapa de madurez de nuestros hijos nos permite hablar con ellos con la total confianza de saber que, nuestra posición de padres por fin está siendo entendida. Este es el punto donde el círculo se cierra y podemos asegurarnos que, las siguientes generaciones crecerán sobre valores cristianos.

Despidamos el contenido de este libro con nuestra:



Regla 40 de la Paternidad Cristiana:
Nunca debo olvidar esta historia: alguna vez un padre perfecto tuvo que emancipar a un hijo perfecto ya que solo así, el hijo perfecto aprendería a obedecerlo por encima de todo. Si Dios hizo esto, ¿Por qué te resistes tú a hacerlo?
Hebreos 5.8



 

 

Hagamos un Compromiso

El análisis que hemos hecho del modelo de Dios para la paternidad en “El Castillo de las Princesas” ha terminado.

En verdad deseo que, para este momento, tengamos ya una idea clara de lo que significa ser un padre en el concepto de Dios, pero, sobre todo, que tengamos ya las ideas completamente claras de que es lo que debemos hacer con nuestros hijos para que ellos reciban de nosotros la mejor educación posible. Esto con el fin de que puedan vivir como personas enfrentando al mundo y venciéndolo con los valores cristianos que les hemos transmitido.

Por ello es que, a manera de epílogo quisiera que hoy nos comprometiéramos a ser los mejores padres posibles y esto, debiera ser una obligación porque tenemos como modelo al mejor Padre de todos, al Padre Celestial.

Lo anterior debe motivarnos a entender que, así como nos escandalizamos del mal que vemos en el mundo, de las cosas terribles que niegan a Dios y su poder, del mal con el que nuestros hijos son bombardeados de manera incesante por el mundo: de la misma forma, deberíamos de escandalizarnos por estar aportando al mundo hijos impíos, que no tienen temor de Dios y que solo miran a Dios como algo que pueden usar a su conveniencia.

Nos podemos quejar todo lo que queramos de Satanás por acercar el mal a nuestros hijos pero, ¿Qué responsabilidad tenemos nosotros de estar fabricando hijos pecadores que no tienen temor de Dios? ¿Quién tiene mayor peso de culpa ante el Señor?, ¿El que es malo por naturaleza e incita al mal o el que siendo justificado por la sangre de Cristo permite voluntariamente que el mal domine su hogar?

Por eso quiero retarte a que nos comprometamos ante Dios para así cerrar lo que este libro nos ha enseñado, pero, entiende, es un compromiso, es un acuerdo total, es una meta de vida que no debemos permitir que nada nos impida cumplirla. Es por el bien de nuestra sociedad, es por el buen testimonio que pueda dar la vida de nuestros hijos. Es lo que debemos hacer pensando en las cuentas que rendiremos en la eternidad por la clase de hijos que dimos al mundo.

Todo lo anterior lo resume nuestra:



Regla 41 de la Paternidad Cristiana:
Debo tener siempre claro que, no son los ataques del mundo lo que debilita el cristianismo de nuestros hijos sino mi tibieza espiritual lo que los vuelve más vulnerables.
Apocalipsis 3.16

Por eso, te invito a hacer un compromiso de diez puntos con Dios.

1.    Me comprometo a vivir una vida de santidad tan real, a tener una relación de tal intimidad con Dios que mis hijos puedan darse cuenta que, lo que hablo de Dios es lo mismo que hago. Eso les dejará en claro que el camino de la consagración es posible.

2.    Me comprometo a vivir de tal forma que para mis hijos sea claro que mi plenitud está en Dios, que mi gozo no depende de las condiciones económicas en casa, de la abundancia o escasez de pan, sino de la relación que disfruto todos los días con él. Esto les dejará en claro que solo teniendo una relación íntima con Dios podrán ser felices.

3.    Me comprometo a que mis hijos siempre encuentren en mí la mejor dirección posible ante cualquier situación que enfrenten porque siempre mi primera acción será acercarlos a Dios. Esto les dejará en claro que, sus padres, son dignos de toda confianza.

4.    Me comprometo a que ellos siempre sepan y se den cuenta que el amor que les tengo nunca va a cambiar o desaparecer, pero, que mi amor, tiene un límite y que ese límite es que por ninguna circunstancia les permitiré pecar. Esto, les dejará en claro que mi deseo no es limitarlos sino protegerlos.

5.    Me comprometo a que incluso en los peores momentos que viva con ellos no reaccionaré controlado por mis emociones sino controlado por el Espíritu Santo y que incluso elegiré mejor dejar pasar un tiempo antes de resolver un problema en lugar de dañar su integridad. Esto, les dejará en claro que, así como yo puedo dominarme por amor, ellos por amor a Dios pueden dominar cualquier cosa que los quiera controlar.

6.    Me comprometo a que no permitiré que ninguna voz ajena al hogar nos diga cómo actuar, como resolver nuestros problemas o qué cosas podemos o no hacer. Yo soy quién encomendado por Dios tengo ese mandato y lo voy a cumplir para que mis hijos puedan confiar que siempre tendremos la mejor dirección. Esto, les enseñara que, el hogar es algo que debemos proteger y cuidar entre todos.

7.    Me comprometo a que siempre lucharé para ofrecer a mis hijos las mejores condiciones materiales de vida, dejando siempre muy en claro que, esas condiciones vendrán de la mano de buscar a Dios por encima de todas las cosas. Esto, les enseñará que es más importante hacer tesoros en el cielo que buscar las riquezas de la tierra.

8.    Me comprometo siempre a sumergirme a tal profundidad en la Palabra de Dios que, pueda garantizar a mis hijos que en cualquier cosa que me consulten siempre reciban la dirección correcta. Esto, les enseñara que en Dios tienen un Padre que los ama mil veces de lo que yo los pueda amar.

9.    Me comprometo a siempre tener abrazos y besos para ellos. Nunca negociaré sonrisas o condicionaré las palmadas en los hombros. Siempre tendrán mi cariño incondicional. Esto, les enseñará a que el amor debe demostrarse y los moverá a siempre buscar demostrar amor a su Salvador.

10. Me comprometo a siempre tener lágrimas que se sumen a las de ellos en los momentos en que la vida se ponga difícil. Sabre cuando quedarme callado porque un abrazo será en ese momento, el mejor lenguaje que pueda usar. Esto, les enseñará que los momentos de crisis se viven mejor al lado de los que amamos para que, nunca dejen atrás a nadie de las personas que formen su hogar.

Si esto que acabamos de leer, lo tuviéramos escrito estando frente a la presencia de Dios, y siendo Él el principal testigo, ¿Lo firmaríamos estando de acuerdo?

Él, lo firmaría con sangre porque algún día se comprometió a amarnos con un amor perfecto y abandonó la gloria para demostrarnos que habló en serio cuando dijo que nos amaría con amor eterno. Firmaría con sangre a pesar de que el amor nos vuelve vulnerables y que, al amar, siempre corremos el riesgo de perder algo y Él en una cruz lo perdió todo, pero, en una tumba vacía nos ganó a todos.

Hagamos que este compromiso no necesite una firma para cumplirse, que solo baste mi deseo de agradar a Dios para aplicar el modelo de paternidad cristiana que no solo mis hijos necesitan, sino que lo necesita todo el mundo.

Finalicemos el “Castillo de las Princesas” con nuestra:



Regla 42 de la Paternidad Cristiana
Ser el mejor padre posible implica una inversión de sangre, sudor y lágrimas por eso, cualquier mediocre puede tener hijos, pero sólo los seres de excelencia pueden ser verdaderos padres.
Romanos 13.11-14

 


 

Sueño 

Zaida, Misel y Ginny.

Mucho me he preguntado qué es lo mejor de saber que más allá de la vida en esta tierra seguiré existiendo. Creo que hoy ya tengo una respuesta.

Cuando alguien me pregunte ¿Qué será para ti lo mejor de la eternidad?

Sin duda responderé lo siguiente:

Lo mejor de la eternidad serán dos cosas.

Lo primero, es que por fin podré conocer como fui conocido. Por fin podré mirar los ojos y conocer el rostro del perfecto amor que me rescató y pudo lograr que algo bueno saliera de mi imperfecta vida.

¿Y lo segundo? Saber que cuando lo esté haciendo, podré mirarlas y saber que también lo estarán amando conmigo y lo que es mejor, juntos lo estaremos haciendo por siempre.

Gracias mi pequeño rebaño.

Gracias por hacerme sentir vulnerable.


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